Es común la situación en que varias personas están haciendo una larga fila y alguien, intrépidamente, trata de ganarse un puesto para llegar más pronto, o esa persona que en una fila de supermercado pide a varios clientes que lo dejen pagar más rápido porque sólo tiene un producto. Ambas son situaciones comunes pero, a veces, son éstas las que retan la paciencia.
Vivir en sociedad implica un ejercicio cotidiano de tolerancia, y aunque es común la frase «mi libertad termina donde comienza la de los demás» es menos común ver momentos en donde sí se ejerza la tolerancia ante las personas o los hechos.
Para entender mejor qué es la tolerancia y cómo podemos vivirla es necesario que la definamos y la miremos en diversos contextos. Buscando en la Internet sobre el significado de «tolerancia» encontré una frase que la definía como «aceptar a los demás como son, sin peros y sin reparos». Según esto, habría que aceptar –con paciencia– todas las situaciones que se nos presenten si es que realmente queremos ser tolerantes.
Aceptar a los demás tal como son y sin ningún reparo podría compararse, más que con tolerancia, con un absoluto «relativismo» y una total permisividad en donde todo es posible de ser realizado. Pero la tolerancia no es «aceptar» todo lo que sucede. Implica hacer un buen juicio de discernimiento y examinar qué situación merece ser tolerada.
Tolero lo intolerable y no tolero lo tolerable
Volviendo al ejemplo de la fila del supermer-cado, es totalmente posible aceptar con paciencia y tranquilidad que una persona necesite pagar antes y que le puedo dar mi sitio. De hecho, ser tolerante implica un ejercicio serio de humildad: reconocer que no siempre prima mi voluntad y que se puede ceder por otros en un acto generoso y caritativo.
Pero es triste ver cómo no se toleran estos pequeños actos cotidianos pero sí se hace con actos contrarios a la dignidad humana: se tolera el aborto, por ejemplo, y diversas prácticas poco éticas que se escudan precisamente bajo una falsa tolerancia. Y es que la tolerancia podría entenderse como una virtud que sólo se vive en situaciones inestables o difíciles, no comunes. Tolerar aquello que no debe ser tolerado sólo nos convierte en testigos (y hasta cómplices) del mal que se podría estar creando.
Sobre este tema, recojo las palabras de Benedicto XVI al expresar que «una tolerancia que no supiese distinguir el bien del mal sería caótica y autodestructiva».
En el ejercicio de la tolerancia se deben rechazar las malas actitudes, los errores, pero nunca a quien los comete; al contrario, aunque estemos en desacuerdo con lo que ha sucedido debemos salir al encuentro de la otra persona y corregir de una manera asertiva, respetuosa y sin caer en el escándalo, la humillación o la prepotencia. En este mismo sentido, se deben tolerar aquellas cosas que se hacen por un bien mayor y evitar las cosas que sólo le hacen bien a unos pocos y que ponen en riesgo la vida y la integridad de otros.
Algunos consejos
para ejercer la tolerancia
jueves, 28 de mayo de 2009
¿Tolerancia Cero?
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1ra edición,
conductas
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