viernes, 29 de mayo de 2009

En la Parábola del hijo pródigo, ¿no es acaso justo el reclamo del “hijo bueno”?

En una primera mirada a esta parábola, el reclamo del hermano mayor, el “hermano bueno”, es algo que podría parecernos natural. Si el hermano menor, que se ha portado muy mal, que ha sido un gran egoísta, que se ha gastado malamente buena parte de la fortuna familiar, si este se ha comportado así, ¿por qué hacerle una fiesta de bienvenida? Nuevamente, parece que este reclamo suena bien.
Sin embargo, el asunto es más profundo, no podemos quedarnos en las apariencias, pues lo esencial es invisible a los ojos. El hermano mayor está reclamando porque en el fondo no está viendo la realidad, no está comprendiendo el gran bien que se ha realizado en su hermano menor y en toda la familia. Él está mirando la realidad desde su corazón herido y no está viendo con serenidad y alegría el bien que tiene delante.
Seguramente, el Señor le está hablando acá a los fariseos, que se creen buenos, los que se quedaron en casa y no malgastaron los bienes de la familia, los que se miden a partir de los pecados evidentes de los demás, los que en el fondo no necesitarían la misericordia, el perdón, porque no tendrían faltas, por que estarían justificados, serían buenos. Y como no “necesitan” la misericordia, tampoco la comprenden.
Los fariseos criticaban a Jesús por “andar con los pecadores y comer con ellos”. Jesús se acerca a la gente pecadora (a todos nosotros), como el médico al enfermo, para llevarlos al bien. Para los fariseos eso era un escándalo. Ellos se creían buenos, que practicaban y cumplían la ley y veían a los pecadores públicos como gente que no tenía redención.
Esto le pasa al hermano mayor. Y su actitud, en esta perspectiva, llama la atención. Frente a la alegría del padre de haber recuperado a su hijo y frente a la alegría del hijo de haber retornado a la comunión de la familia y recuperar su dignidad de hijo, aparece el hermano mayor que se molesta por el bien del hermano menor.
Una manera de definir la envidia es la siguiente: tener alegría por el mal del otro o tener tristeza por el bien del otro. El hermano mayor se molesta, se fastidia, se indispone ante la fiesta que el padre le organiza al hermano menor, que ha malgastado la fortuna familiar. No logra ver el gran bien, no soporta la misericordia de su padre, no se da cuenta de que, en el fondo, su corazón también está lejos de su padre, que aunque él no se fue de la casa, en realidad no estaba allí.
Es muy simbólico que, al regresar y ver todo lo sucedido, él no quiera entrar a la casa. Se queda afuera, molesto. Y nuevamente, el padre misericordioso, sale al encuentro de su hijo, en este caso el mayor, para mostrarle su amor, su misericordia, para hacerlo “entrar en sí mismo”, para que vea la realidad como debe ser y cambie su conducta.
Es importante aprender de esta parábola que no debemos cumplir el papel del hermano que se cree bueno en relación a las demás personas. Tampoco se trata de autocastigarnos, creyéndonos artificialmente unos miserables pecadores. Debemos reconocer nuestra fragilidad, y sobre todo la bondad infinita de Dios, que solo quiere nuestra dicha, nuestra felicidad. Y esta no está lejos de casa sino en su hogar, en su comunión. Por eso Él siempre nos va a esperar, siempre nos va a buscar, siempre va a salir a nuestro encuentro, sea que estemos lejos o sea que estemos cerca. En cualquier caso, Él siempre es nuestro Padre, y los demás nuestros hermanos.
El padre no trata bien a uno y maltrata al otro. A los dos los trata como a sus hijos desde su condición de padre. Eso es lo maravilloso. El Señor Jesús nos está enseñando que Dios nunca olvida que Él es nuestro Padre y que nosotros somos sus hijos.

1 comentario:

  1. Muy bien la reflexión pero yo creo que no es justo. Porque el hijo que se queda y padece las penas del padre por el hijo ausente es al que menos se le reconoce. Que fácil es irte sembrar dolor y regresar para que te reciban von trompetas... Respeto pero no estoy de acuerdo.

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