viernes, 29 de mayo de 2009

Forjar la voluntad de tus hijos: Un trabajo en equipo

"Papá y mamá tienen una labor insustituible y una gran responsabilidad en esta tarea".

En los dieciséis años que tengo como profesor y orientador he visto pasar por las aulas un gran número de alumnos, chicos y chicas, que viven, digamos, con distintos grados de “intensidad”. Los ha habido voluntariosos, generosos, tenaces, pero también indolentes, inconstantes y dejados. Comprometidos con su mejora personal o, por el contrario, irresponsables con ellos mismos. A este último grupo les he llamado los “medio queredores”, poseedores de una voluntad dividida y, cuando no, debilitada. Es así que están los que dicen que quieren, pero no hacen. Tienen el buen deseo de mejorar su rendimiento escolar y su comportamiento familiar, pero hay otros deseos que lo invalidan o disuelven antes de llegar a convertirlo en acto; “quisiera pero en realidad no quiero”. Otros, quieren y no lo hacen bien; tienen buena intención, tienen el deseo y quieren realizarlo, pero… no utilizan los medios adecuados. En realidad, quieren que sus medios y planes de mejora –si es que los hay– sean los válidos. Pero hay un tipo de “medio queredor” que al parecer ha nacido de nuestra cultura “light” y acomodada, y corresponde al copioso número de bien intencionados que se entusiasman en un inicio, toman decisiones, a veces duras y costosas, se comprometen ante sus padres y maestros, pero al poco tiempo todo se les hace cuesta arriba y terminan abandonando la carrera. Son engreídos. Los vocablos “sacrificio”, “entrega” y “renuncia” los vuelven pequeños, débiles y timoratos…, sin saber que no toda la culpa es de ellos.
La voluntad se forja desde los primeros años de vida y, por ende, los padres tienen una labor insustituible y una gran responsabilidad. La disposición al trabajo, el orden exterior e interior, el dominio del cuerpo y de las emociones, el ejercicio mental constante, el estudio, la conciencia del deber, la adecuación a las formas sociales establecidas, la superación de los propios límites, requieren de una libertad ganada con esfuerzo y una voluntad firme, capacidades que se van forjando desde el hogar, con la colaboración conjunta de los padres.
Se trata aquí de desterrar del corazón y del estilo familiar (se podría hablar tanto de esto…) la nociva “ley del gusto-disgusto” (“hago lo que me provoca y dejo de hacer lo que me disgusta”) y la “ley de la mezquindad” (“hasta aquí nomás”, ”esto ya es demasiado”).
Uno de los problemas en la actualidad es que los padres se preguntan constantemente “cómo hacer de padres”, sin percatarse de que se trata de ser padres, ser auténticos, ser ellos mismos. Ser padre implica el compromiso por ser mejor persona cada día, sacar lo que uno lleva dentro (mezcla de sabiduría cultural e intuición), beber de la fuente de su propia paternidad y maternidad, conjugando estas formas en un proyecto de vida para cada hijo. El objetivo debe estar claro y el camino lo deben trazar siendo conscientes de esa maravilla formativa que es la complementariedad.

¿Cómo ayudan papá y mamá en la forja de la voluntad de sus hijos?
Esa es la pregunta que nos interesa responder ahora. Mucho se puede decir, pero les dejo por ahora algunas pinceladas que he podido corroborar asesorando a familias con hijos de diversas edades.
Un hombre en crecimiento, sea niño o adolescente, necesita la presencia de su padre. Ella puede ser física o espiritual, real o imaginaria; el padre puede pasar horas con él o escasos minutos pero su “peso” humano es tal… que marca el corazón de sus hijos. El niño copia los gestos de su padre, sus disposiciones anímicas hacia el trabajo o el ocio, hacia la diversión o hacia temas serios. Junto con esta presencia, hace memoria de su vida y la de su familia, trae al hogar la realidad del mundo que aún no conoce del todo. Papá se convierte así en el primer cartógrafo y le señala a su pequeño por dónde espera él que avance en la vida y cuáles deben ser sus conquistas. La firmeza y solidez con que se manifieste ayudarán a que el niño entienda la existencia de normas que se deben cumplir “sin chistar” y con las que se emula, de paso, al padre que las vive. El amor, que es la fuente y el motivo de toda educación, se traduce en el padre como exigencia y severidad en su justa medida. La inclinación natural al raciocinio ayudará a hacer consciente a cada hijo de su situación, le permitirá autoevaluarse periódicamente y proponerse objetivos para mejorar en tal o cual virtud. También lo ayudará a categorizar esas ideas parásitas negativas o erradas que muchas veces aparecen y que impiden el fortalecimiento de la voluntad. La firmeza en las resoluciones servirá de ejemplo para guardar una conducta coherente y así sembrar hábitos buenos que luego se convertirán en virtudes.
Las madres también tienen lo suyo… ¡Y en qué medida! Tanto así que se ha dicho en muchas oportunidades que el hombre aprende a ser padre mirando el ejemplo abnegado de su esposa. Los atributos femeninos son innumerables. No por gusto se le ha denominado a la mujer “el continente misterioso”. Y cuando ella se transforma en madre, estos dones se potencian a tal punto que, incluso en algunos casos, podemos hablar de una auténtica conversión. Muchas mujeres lo han vivido y los esposos dan fe de ello. La maternidad tiene un lugar privilegiado en la forja de la voluntad de los hijos. La sensibilidad especial de las madres ayuda a cuidar hasta el mínimo detalle. Si tal vez al hombre (más inclinado a teorizar y a lo abstracto) se le escapan algunos aspectos del comportamiento de sus hijos, a la mujer no. Ella despliega su labor envolvente y su influencia sutil para concientizar a sus hijos en el amor por la verdad y por el bien. Partiendo de lo concreto, de lo habitual, del día a día que ella observa desde un interior en reposo y presto para la acogida. El amor se traduce en ella en comprensión, indulgencia, persuasión y atención a los detalles. Y la escuela de la voluntad lo exige: firmeza y comprensión son el binomio perfecto para una buena formación del carácter.
Es muy cierto que nadie nace sabiendo ser padre o madre, y es por esta razón que debemos confiar en lo que ya somos y seguir diligentemente el curso ultraintensivo al que nos lanza la paternidad. El cómo se conjugan las fuerzas masculinas y femeninas es algo que cada pareja debe aprender, con la confianza en que las carencias de uno son las fortalezas del otro, y viceversa. Y, cuando un buen día, a mamá el corazón “le gane” y no pueda aplicar en su niño la recomendación tan sabia de Confucio: “Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío», de seguro saldrá papá presto para apoyarla y hacer realidad en la práctica lo que tantas veces conversaron sobre la formación de sus pequeños.

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