jueves, 28 de mayo de 2009

Milagro en las Profundidades

Nunca viene sola. A pesar que ante una
tragedia se suele pensar primero en el dolor y la muerte, detrás de ello habrá siempre un bien que, gestado desde la disposición de las personas protagonistas del hecho, la superará infinitamente…
Actos de fe, esperanza y heroísmo evidenciarán en el siguiente relato, un hecho que ante la consistencia de las pruebas nos hará concluir que ha sucedido lo maravilloso e inexplicable, lo que ya sin duda es un milagro, uno que ocurrió aquí en el Perú.
Invierno de 1988. Son las 6:36 de la tarde del 26 de agosto. El BAP Pacocha, un submarino de 1 870 toneladas adquirido a los Estados Unidos en 1974, entraba al puerto del Callao. Todo iba según la norma, cuando la repentina orden de dar mayor potencia a la nave movilizó al personal a cargo en maniobras evasivas.
De pronto, un fuerte impacto los alarmó. El pesquero japonés «Kyowa Maru» embestió por la aleta de babor a la nave peruana. En pocos minutos, el submarino militar que había estado en superficie, se fue a pique. La máquina de controles quedó muy dañada por un incendio.
Veinticinco marinos en cubierta fueron barridos por el mar y escaparon. En tanto, la escotilla principal abierta y el boquete producto del impacto, facilitan el hundimiento de la nave por lo que el capitán de Fragata Daniel Nieva Rodríguez, al mando del submarino, decidió cerrar dicha compuerta ubicada en la torre de combate.
Lo hace desde afuera, por lo que quedó envuelto por la fuerza de succión. Ofrecía de esa manera su vida. Su acción daría mayor tiempo a la tripulación atrapada. Otros tres marinos escapan por la escotilla de la zona de torpedos, un cuarto queda atrapado pero el teniente de Navío, Roger Cotrina Alvarado, lo ayuda a escapar. El entonces jefe de Ingeniería, decide quedarse y ayudar a sus compañeros..

Humanamente imposible
Algunos meses antes de este crítico momento, el oficial Cotrina leyó el libro Testimonio de amor, que una hermana de la congregación Hijas de la Misericordia le regaló. Allí se relata la biografía de sor María de Jesús Crucificado o María Petkovic y los inicios de la congregación que fundó. Su vida lo impactó profundamente.
En el submarino, la vida de 22 hombres parece perdida. Quince metros (49,21 pies) los separan de la superficie. A esa profundidad la presión del agua es de unas 3.8 toneladas, por lo que su ingreso por la escotilla de la zona de torpedos era violento.
Cotrina Alvarado, ya al mando de la nave, decide cerrarla, pero la fuerza del agua lo supera y arroja hacia abajo unos tres metros. «Durante esa caída, empiezo a sentir que no podía respirar, (…) todo se oscurece y se inicia el recorrido de escenas en mi mente», relata el marino en un libro de su autoría.
Con la temperatura también en descenso, la oscuridad por la noche y la falta de energía, el temor se apodera de los tripulantes. La muerte era inminente.
«Repentinamente aparece en mi mente la imagen de la madre sor María de Jesús Crucificado Petkovic», con su hábito negro y el borde de tela blanca rodeando su rostro, en la mano derecha tomaba su crucifijo. «Tenía la misma mirada de tranquilidad y paz que observé en las fotos del libro», relata el teniente.
Cotrina confió su acción a la intercesión de la religiosa. «Repetí la oración que había escuchado y de pronto vi una luz brillante. Pude increíblemente recuperar la respiración y después de tomar dos bocanadas de aire sentí una fuerza muy grande que nunca antes había experimentado». Volvió a intentar cerrar la escotilla.
Contra la corriente avanzó y subió unas escaleras. Pese a las trabas de seguridad y a la presión ejercida por la profundidad, una fuerza más allá de sus capacidades le ayudó a cerrar la compuerta. Posteriormente una comisión militar señaló que lo que hizo el joven capitán es humanamente imposible.

Mensaje de Dios
El submarino alcanzó los 120 pies de profundidad (42 m.), lo que suponía la posibilidad de realizar un Escape a Pulmón Libre, una maniobra de muy alto riesgo. En tanto, el personal de la Marina de Guerra dispuesto en superficie comunicaba la próxima llegada de un equipo de rescate de los Estados Unidos, aunque esperar era imposible por fáltale poco oxígeno.
Cotrina, quien interiormente se encomienda a Dios y «rezaba permanentemente con mucha fe, para que Él ilumine mis decisiones», decide proceder con el Escape Libre de todos los tripulantes, el cual inicia diecisiete horas después del accidente.
Cuando el primer grupo esperaba las condiciones para emerger desde la Torre de Escape cuando ingresa repentinamente «una luz exterior que iluminó la oscuridad que hasta ese momento reinaba en el submarino».
Esa luz provenía del Sol y atravesaba los 42 metros de profundidad (…), vencía la absorción natural del agua de mar, y la inclinación de 7 u 8 grados y escora (ladeado) de la nave». «Tenía tanta intensidad que daba sombra... y era de una belleza que nunca había visto», manifestó el capitán.
Roger sintió «que ello era un mensaje de Dios indicando que estábamos haciendo bien las cosas. Sólo atiné a decirle al personal: «Es el Espíritu Santo (recordando Pentecostés), Dios está con nosotros…. Muchachos todo va a salir bien.»

A las 1800 horas se produce el último escape. Veintidós marinos sobrevivieron 23 horas en condiciones extremas bajo el mar. Ya en superficie fueron llevados al Hospital Naval y sometidos a tratamiento en cámaras hiperbáricas.

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