"Reflexiones de una abuela que aporta en el cuidado de los nietos con mucha prudencia y sabiduría".
Leíamos en la prensa una noticia conmovedora: unos abuelos salvaban en un accidente ferroviario a sus dos nietos, de 6 y 8 años. Ellos dieron su vida al proteger con sus cuerpos los de los pequeños. Y pensé en tantos otros abuelos que también la dan minuto a minuto, día a día, para que los hijos de sus hijos reciban ternura y afecto ante las ausencias de los progenitores. Seguramente, los abuelos, que murieron con tanta generosidad, también habían dedicado mucho de su tiempo a aquellos pequeños.
Hoy se habla desde el punto de vista médico del “síndrome de la abuela esclava”. La abuela que sólo piensa en los hijos, que no se atreve a decir que está agotada por el exceso de responsabilidades en que se encuentra inmersa, y que no se queja porque tiene miedo de no ser útil, en esta situación, puede acabar enfermando. Es posible que eso suceda porque las abuelas siguen teniendo el mismo espíritu maternal de cuando eran madres (se dice que “son dos veces madres”). Pero, debido a la edad, les cuesta más recuperarse del esfuerzo físico y psíquico.
Saber ser abuela
A la hora de hablar de ayuda, es mejor utilizar la palabra compartir. Compartir con el abuelo. Compartir a los hijos. Compartir a los nietos. Por lo tanto, compartir el trabajo, compartir las aficiones, compartir los buenos momentos y los no tan buenos, compartir lo que se es, lo que se tiene y los conocimientos que se adquieren por la edad.
Cuando se sabe pedir complace al otro porque puede compartir. Cuando pedimos un favor, de hecho estamos haciendo otro favor. Las abuelas han de saber pedir ayuda a tiempo, antes de que por agotamiento no puedan hacer nada más. Y los hijos jóvenes, que necesitan de la abuela, tienen que estar más atentos a sus necesidades afectivas y físicas y agradecerle lo que hace por ellos.
Para ser buena abuela hay que tener una actitud positiva, para resolver problemas sin susceptibilidades, y una actitud participativa para saber dar y recibir. No fuera el caso que estuviéramos paseándonos por casa diciendo: “pobrecita de mí, cómo sufro y lo poco que me quejo”. Desde mi punto de vista, es muy importante el siguiente punto: para transmitir serenidad y paz al matrimonio joven se debe ser muy prudente y no interferir en sus relaciones. La autonomía y la independencia de los hijos casados tienen que valorarse mucho, así como los objetivos educativos que tengan para sus hijos estos deben respetarse; la responsabilidad es de ellos y no de los abuelos. Este hecho no excluye que cuando los nietos estén en casa de los abuelos tengan que seguir el orden material que sea costumbre en la casa de los mayores. En este tema, para no tener problemas generacionales, debe mantenerse una buena comunicación entre abuelos e hijos, sabiendo pasar por alto pequeñas banalidades, distinguiendo lo que es esencial de lo que es accesorio.
El hábitat natural de la persona es su fami-lia. Por eso, se hace patente que allí donde, prioritariamente la gente mayor se puede encontrar realizada, es con los suyos. No puede centrarse en ella misma, ni hablar siempre de que las cosas han cambiado demasiado, sinó que debe adaptarse con flexibilidad a estos cambios. Todos hemos visto la afinidad que hay, en muchas ocasiones, entre un adolescente –la edad de más inseguridad– y sus abuelos. Ver la felicidad de los abuelos que, midiendo sus fuerzas, son capaces de dar toda su sabiduría y ternura a los pequeños que van llegando a este mundo da mucha alegría.
jueves, 28 de mayo de 2009
La abuela, la gran conciliadora
Etiquetas:
2da edición,
tercera edad
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