viernes, 29 de mayo de 2009

¿Quién es el niño por nacer?

El año 2001 el gobierno del Perú, mediante el decreto legislativo n.° 27654, dispuso que el 25 de marzo de cada año, como ya se hacía en otros países latinoamericanos, se celebre el “Día del Niño por Nacer”. El motivo es llamar nuestra atención sobre aquel ser humano que en el seno materno espera abrir sus ojos al mundo una vez concluido su periodo de vida intrauterina. Todos hemos sido “niños por nacer”; sin embargo –para la mayoría de las personas– ese ser humano, cuyo hábitat transitorio es el cuerpo de la madre, sigue siendo poco menos que un misterio y se ignora mucho de su realidad. La ciencia, en los últimos años, ha ido mostrándonos cada vez más el rostro del niño por nacer, desde su edad más temprana.

Quizá, la primera pregunta que se debe responder es ¿desde cuándo existe –es decir, vive– este ser humano que llamamos “niño por nacer”? La ciencia reconoce y enseña que desde que se fusiona el óvulo de la mujer con el espermatozoide del varón en una sola célula surge esta nueva realidad, distinta a los progenitores, que los científicos –por razones de estudio– llaman embrión, el nuevo ser humano que inicia su existencia siendo una célula. Cuando consta de una sola célula el embrión es llamado cigote y tendrá un desarrollo continuo, coordinado y gradual, comandado por su propio genoma, lo que lo distingue como un individuo biológico único dentro de la especie humana. Pocos saben que en ese “día 1” de nuestra existencia, cuando estamos en el estadío de “cigote”, se establece la organización de nuestro cuerpo. En otras palabras, el eje de nuestro cuerpo –que en ese momento consta de una sola célula– se determinó antes de que “cumplamos 24 horas de vida”. Desde ese momento quedó establecido en cuál polo se formaría nuestra cabeza y en cuál nuestros pies, cuál sería la cara anterior y cuál la cara posterior de nuestro cuerpo. El embrión desciende de la trompa al útero, donde se anidará y proseguirá su desarrollo hasta el momento del parto. Durante ese descenso, que demora casi una semana, multiplica sus células y sostiene un fino diálogo de moléculas bioquímicas con el cuerpo de la mujer-madre que lo aloja; es decir, señales que van y vienen del uno al otro aun antes de que la mujer sea consciente de que ya es mamá. Hoy, la más adelantada tecnología de imágenes nos permite ver que a las ocho semanas de edad el rostro del bebé comienza a adquirir características propias que lo distinguen de otros bebés de su edad, y se le comienzan también a delinear las huellas digitales. Y cuando tiene nueve semanas de vida intrauterina se ve a un bebé que duerme, se chupa el dedo, se despierta y se estira, cuando a la mamá ni siquiera se le nota la “barriga”. A las diez semanas lo podemos ver saltando en el vientre materno; a las once, rascándose con los deditos de las manos claramente distinguibles, y a las doce ya se puede diferenciar por los genitales externos si estamos ante un niño o una niña.

Estos son algunos de los detalles sorprendentes que la ciencia nos ha revelado sobre ese ser humano que está en espera de nacer, esta es la realidad maravillosa que se invita a contemplar en este “Día del Niño por Nacer”. En los tiempos actuales, las circunstancias que rodean la generación de este nuevo ser humano pueden ser variadas y hasta dramáticas: podría haber sido querido o no deseado, quizá no esperado; podría ser fruto del amor entre los esposos o ser “consecuencia” de una violación sexual; podría haber sido generado en el calor de un hogar o en la fría irresponsabilidad e inconciencia de los “enamoramientos” o de las “libertades sexuales”; o podría estar en el seno materno, sobre una lámina de laboratorio o hasta en un congelador, a causa de la fertilización in vitro. Pero ninguna de estas circunstancias modifica la verdad científica, que se mantiene incólume y no cambia: estamos frente a un ser humano, tan valioso como uno ya nacido. Las circunstancias que rodearon su concepción no pueden anular ni cancelar la verdad del niño por nacer.

Actualmente se busca ocultar o confundir respecto a la verdad del niño por nacer para poder favorecer su libre eliminación mediante el aborto, en sus diferentes modalidades según su tiempo de vida. ¿Puede aceptarse la afirmación de que “nadie sabe cuándo se inicia la vida de un ser humano”? ¿O que en los primeros días de existencia no es un ser humano sino “un amorfo cúmulo de células”? ¿O que “es parte del cuerpo de la mujer”? También se intenta sistemáticamente subordinar el valor de la vida del niño por nacer respecto a la salud o cualquier otro interés de la mujer que es la madre. ¿Qué razón válida podría existir para causar la muerte directa de un ser humano inocente? ¿La seguridad económica de la madre? ¿Su futuro profesional? ¿Su salud mental? Porque el aborto, póngasele el disfraz que se le ponga, uno más falaz que el otro, siempre será esto: el asesinato de un ser humano inocente –por lo demás imposibilitado de defenderse o de huir– a manos de otro.

La realidad del niño por nacer nos invita a amarlo y defenderlo como un compromiso consecuente con lo que nuestra razón nos permite comprender de aquel ser humano que, en su fragilidad, es uno de nosotros.

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