¿Hemos convertido al amor en un bien de consumo?
Antes, una refrigeradora era para toda la vida. Con cada objeto que adquiríamos venía la promesa, y también la esperanza, de que durara mucho tiempo, “lo más que se pueda”, para no tener que reemplazarlo. ¿Qué sucede ahora? Cuando se daña la refrigeradora, viene el técnico y nos dice: “no hay como las de antes, estas ‘refris’ nuevas se dañan con mucha facilidad. Mejor bótela y compre una nueva, repararla es muy caro”.
En los tiempos que vivimos, queremos consumirlo todo y vivir para el placer y bienestar. La comodidad se ha convertido en un valor, es decir, esforzarnos poco o nada pero recibir a cambio todo lo que sea posible. Pensamos que es en esta forma como encontraremos la felicidad. Cuando vamos al centro comercial y compramos algo, apenas vamos saliendo y ya deseamos regresar a comprar. Invertimos mucho tiempo pensando en los objetos que nos faltan y no tanto en los que acabamos de adquirir. Es como si perdieran valor rápidamente. Con poco uso ya son viejos, están usados.
Me preguntarán ¿qué tiene que ver esto con el amor y el matrimonio? Pues mucho. Ahora, el amor ha pasado a ser un bien de consumo más. Igual que con la refrigeradora, ya no esperamos que sea para toda la vida, si es que todavía lo pensamos. No ponemos todo el esfuerzo para lograrlo, esperamos que sea el otro quien lo haga. Son pocos los decididos a poner todo de sí mismos para salir adelante.
Las relaciones entre las personas son el reflejo de la era consumista: mientras nos beneficien y nos sirvan, las adquirimos. Luego, cuando ya no nos rinden, las desechamos, como objetos que dejaron de cumplir la función para la cual se los eligió. Y ¿que pasó con “te amaré hasta que la muerte nos separe”? ¿Se estará cambiando por “te amaré mientras me des lo que necesito y de la forma como me gusta (atención, cariño, independencia de los padres, bienestar económico, comodidad)”? “Cuando ya no cumple con los requisitos por los cuales lo elegí, los busco en otra persona que me haga sentir bien, que me dé lo que busco, pues merezco algo mejor”. “No nací para sufrir... sinó para ser feliz”, es lo que escuchamos.
Cuando hablo del amor para un rato me refiero a las relaciones rápidas e intensas, donde no hay un compromiso. Sin embargo, se entrega mucho, uno mismo, en el acto sexual, “pero doy poco, pues trato de proteger todas mis emociones para no sufrir cuando la relación termine”. Casi siempre se está pensando ¿cuándo es que se termina?, pues no hay un contrato implícito a largo plazo, ni la posibilidad de que exista.
La gran paradoja es que, mientras se trata de ser feliz, solo se encuentra el vacío y la tristeza que deja una relación más en la que ninguno se compromete, tratando de protegerse emocionalmente, pero terminan heridos silenciosamente. Esto sucede tanto en parejas en etapas de enamoramiento, como en los matrimonios, que a pesar de tener un rito explícito en el cual se prometen estar toda la vida juntos, no creen que eso sea posible.
¿Qué pasó que ahora las relaciones son tan frágiles?
El compromiso se ha convertido en un desafío en los tiempos posmodernos, en los cuales el consumo, el bienestar y la comodidad son el hilo conductor de la vida.
Existe realmente un terror al compromiso, que a la vez encierra “miedo a perder la independencia para hacer lo que quiero, a la hora que me provoca, y volverme dependiente y perder espacio de acción. Miedo a la incertidumbre que trae una relación de dos. Miedo a perder comodidades. Miedo a que el otro saque lo peor de mí. Miedo a que no confíen en mí. Miedo al conflicto. Miedo a renunciar a algo para llegar a acuerdos. Miedo a no recibir lo que espero. Miedo a perder el control de la situación. Miedo a darme por entero y que el otro lo haga a medias. Miedo a que el otro no se comprometa como yo y me deje. Miedo al cambio”.
En el fondo existe un gran miedo a sufrir y a amar. Estos temores se convierten en una gran coraza, que a la vez que me protege de salir herido de una relación, también impide que el otro me ame, pues no puede llegar a mí, porque si amo podría quedar indefenso.
Si no me comprometo no me entrego, por lo tanto elijo ser libre, sin responsabilidades hacia otra persona. Vivo una falsa felicidad, pues lo que encuentro es soledad, egoísmo, resentimientos y heridas. Una relación sin compromiso está destinada a morir. Es una trampa en la que encuentro exactamente lo contrario de lo que buscaba.
¿Qué significa amar para siempre?
Cuando dos personas elijen estar juntas para toda la vida, con plena convicción de su decisión, se comprometen a amarse el uno al otro, a cuidar del otro, a dar lo mejor de sí, a respetarlo, a incomodarse, a plantearse un proyecto de vida en común. Ser amado es la respuesta del amar al otro.
Si me comprometo con otra persona en una relación para toda la vida. Tendremos momentos de intimidad, alegría, ternura. Viviremos con la seguridad de que para los dos la relación es para siempre, lo que implica que ante las dificultades, las tristezas, los desacuerdos, los resentimientos, los sufrimientos (que son parte natural del matrimonio) trataremos juntos de buscar soluciones para alcanzar esta meta, y no será la separación la primera respuesta.
Es decisión nuestra si elegimos relaciones sin compromiso o elegimos amar a otro para toda la vida, con la disciplina y voluntad que ello requiere.
viernes, 29 de mayo de 2009
Amar para siempre o amar por un rato
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3ra edición,
orientación
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