viernes, 29 de mayo de 2009

Forjar la voluntad de tus hijos: Un trabajo en equipo

"Papá y mamá tienen una labor insustituible y una gran responsabilidad en esta tarea".

En los dieciséis años que tengo como profesor y orientador he visto pasar por las aulas un gran número de alumnos, chicos y chicas, que viven, digamos, con distintos grados de “intensidad”. Los ha habido voluntariosos, generosos, tenaces, pero también indolentes, inconstantes y dejados. Comprometidos con su mejora personal o, por el contrario, irresponsables con ellos mismos. A este último grupo les he llamado los “medio queredores”, poseedores de una voluntad dividida y, cuando no, debilitada. Es así que están los que dicen que quieren, pero no hacen. Tienen el buen deseo de mejorar su rendimiento escolar y su comportamiento familiar, pero hay otros deseos que lo invalidan o disuelven antes de llegar a convertirlo en acto; “quisiera pero en realidad no quiero”. Otros, quieren y no lo hacen bien; tienen buena intención, tienen el deseo y quieren realizarlo, pero… no utilizan los medios adecuados. En realidad, quieren que sus medios y planes de mejora –si es que los hay– sean los válidos. Pero hay un tipo de “medio queredor” que al parecer ha nacido de nuestra cultura “light” y acomodada, y corresponde al copioso número de bien intencionados que se entusiasman en un inicio, toman decisiones, a veces duras y costosas, se comprometen ante sus padres y maestros, pero al poco tiempo todo se les hace cuesta arriba y terminan abandonando la carrera. Son engreídos. Los vocablos “sacrificio”, “entrega” y “renuncia” los vuelven pequeños, débiles y timoratos…, sin saber que no toda la culpa es de ellos.
La voluntad se forja desde los primeros años de vida y, por ende, los padres tienen una labor insustituible y una gran responsabilidad. La disposición al trabajo, el orden exterior e interior, el dominio del cuerpo y de las emociones, el ejercicio mental constante, el estudio, la conciencia del deber, la adecuación a las formas sociales establecidas, la superación de los propios límites, requieren de una libertad ganada con esfuerzo y una voluntad firme, capacidades que se van forjando desde el hogar, con la colaboración conjunta de los padres.
Se trata aquí de desterrar del corazón y del estilo familiar (se podría hablar tanto de esto…) la nociva “ley del gusto-disgusto” (“hago lo que me provoca y dejo de hacer lo que me disgusta”) y la “ley de la mezquindad” (“hasta aquí nomás”, ”esto ya es demasiado”).
Uno de los problemas en la actualidad es que los padres se preguntan constantemente “cómo hacer de padres”, sin percatarse de que se trata de ser padres, ser auténticos, ser ellos mismos. Ser padre implica el compromiso por ser mejor persona cada día, sacar lo que uno lleva dentro (mezcla de sabiduría cultural e intuición), beber de la fuente de su propia paternidad y maternidad, conjugando estas formas en un proyecto de vida para cada hijo. El objetivo debe estar claro y el camino lo deben trazar siendo conscientes de esa maravilla formativa que es la complementariedad.

¿Cómo ayudan papá y mamá en la forja de la voluntad de sus hijos?
Esa es la pregunta que nos interesa responder ahora. Mucho se puede decir, pero les dejo por ahora algunas pinceladas que he podido corroborar asesorando a familias con hijos de diversas edades.
Un hombre en crecimiento, sea niño o adolescente, necesita la presencia de su padre. Ella puede ser física o espiritual, real o imaginaria; el padre puede pasar horas con él o escasos minutos pero su “peso” humano es tal… que marca el corazón de sus hijos. El niño copia los gestos de su padre, sus disposiciones anímicas hacia el trabajo o el ocio, hacia la diversión o hacia temas serios. Junto con esta presencia, hace memoria de su vida y la de su familia, trae al hogar la realidad del mundo que aún no conoce del todo. Papá se convierte así en el primer cartógrafo y le señala a su pequeño por dónde espera él que avance en la vida y cuáles deben ser sus conquistas. La firmeza y solidez con que se manifieste ayudarán a que el niño entienda la existencia de normas que se deben cumplir “sin chistar” y con las que se emula, de paso, al padre que las vive. El amor, que es la fuente y el motivo de toda educación, se traduce en el padre como exigencia y severidad en su justa medida. La inclinación natural al raciocinio ayudará a hacer consciente a cada hijo de su situación, le permitirá autoevaluarse periódicamente y proponerse objetivos para mejorar en tal o cual virtud. También lo ayudará a categorizar esas ideas parásitas negativas o erradas que muchas veces aparecen y que impiden el fortalecimiento de la voluntad. La firmeza en las resoluciones servirá de ejemplo para guardar una conducta coherente y así sembrar hábitos buenos que luego se convertirán en virtudes.
Las madres también tienen lo suyo… ¡Y en qué medida! Tanto así que se ha dicho en muchas oportunidades que el hombre aprende a ser padre mirando el ejemplo abnegado de su esposa. Los atributos femeninos son innumerables. No por gusto se le ha denominado a la mujer “el continente misterioso”. Y cuando ella se transforma en madre, estos dones se potencian a tal punto que, incluso en algunos casos, podemos hablar de una auténtica conversión. Muchas mujeres lo han vivido y los esposos dan fe de ello. La maternidad tiene un lugar privilegiado en la forja de la voluntad de los hijos. La sensibilidad especial de las madres ayuda a cuidar hasta el mínimo detalle. Si tal vez al hombre (más inclinado a teorizar y a lo abstracto) se le escapan algunos aspectos del comportamiento de sus hijos, a la mujer no. Ella despliega su labor envolvente y su influencia sutil para concientizar a sus hijos en el amor por la verdad y por el bien. Partiendo de lo concreto, de lo habitual, del día a día que ella observa desde un interior en reposo y presto para la acogida. El amor se traduce en ella en comprensión, indulgencia, persuasión y atención a los detalles. Y la escuela de la voluntad lo exige: firmeza y comprensión son el binomio perfecto para una buena formación del carácter.
Es muy cierto que nadie nace sabiendo ser padre o madre, y es por esta razón que debemos confiar en lo que ya somos y seguir diligentemente el curso ultraintensivo al que nos lanza la paternidad. El cómo se conjugan las fuerzas masculinas y femeninas es algo que cada pareja debe aprender, con la confianza en que las carencias de uno son las fortalezas del otro, y viceversa. Y, cuando un buen día, a mamá el corazón “le gane” y no pueda aplicar en su niño la recomendación tan sabia de Confucio: “Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío», de seguro saldrá papá presto para apoyarla y hacer realidad en la práctica lo que tantas veces conversaron sobre la formación de sus pequeños.

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El mejor salto: de la calle a la escuela

Pandillas, drogas y delincuencia. ¿A qué nos remiten estas palabras? Tristemente, a jóvenes que muchas veces se pierden, arrastrados por esas tragedias. Pero hay otra historia escrita entre cerros y en la ciudad, con el entusiasmo de aquellos que no se dejan vencer. Siempre hay alternativas, esta vez con acrobacias y pasos de baile.
Luis Soto Arcela (24 años) hijo de una familia pobre, trabajó en varias empresas, pero no era lo suyo. “Me sentía una máquina más”, afirma. En paralelo, bailaba, “incluso en la calle, por muy poco… a veces por nada”, recuerda. El baile fue su motivación, pero él quería más, aprender y enseñar…
Fue en Mi Perú, Ventanilla (donde vive), que conoció a los “Ángeles D1”, y tras una exigente prueba pudo formar parte de ellos. “Mi vida cambió totalmente”, refiere.
Ricardo Gálvez, director de la Escuela “Ángeles D1”, comenta que este proyecto brinda a los jóvenes la posibilidad de convertir su afición al baile en una profesión. Para ello, ofrecen un programa becado de formación integral a niños y jóvenes de entornos desfavorecidos de Lima, en una apuesta por la Educación por el Arte.
Como complemento a la educación escolar tradicional, los adolescentes reciben clases de baile moderno y hip hop de reconocidos profesores y coreógrafos de Estados Unidos, y realizan presentaciones artísticas en diversos eventos y colegios.

Donar lo recibido
Luis Soto aprendió mucho más, encontró a jóvenes como él, pulió su técnica de baile, reforzó valores y se le inculcó las ganas de comunicar todo lo recibido. “¡Y eso es lo que hago ahora!”, dice emocionado al referirse a las clases que da a niños de la zona y como “tallerista” de Desarrollo por el Arte.
Luis es consciente de estar aportando un cambio. “Es la respuesta a la oportunidad que se me brindó”, responde agradecido, pues en su familia lo apoyan. “Tengo lo más grande que pueda recibir de ellos: su entusiasmo, apoyo moral, aceptación y cariño”.
También brinda su testimonio en los proyectos de orientación que –gracias al auspicio de Repsol YPF– Ángeles D1 y la Asociación Creada Especialmente Para Trabajar con Adolescentes (ACEPTA) desarrollan en colegios públicos de Ventanilla con presentaciones artísticas y charlas.
“Los chicos me reciben bien. Me los gano cuando les cuento que soy de la zona, que estudié en Ventanilla”. “Allí –refiere Luis– les digo que confíen, que vayan hacia adelante sin drogas, sin alcohol y sin violencia, y que sean fuertes para afrontar todo y luchar por sus sueños. Que no se dejen truncar por nada, ni por la pobreza”.

Fuerza de voluntad
“La fuerza de voluntad es el motor en todo esto”, afirma Luis, aficionado también a la pintura y a la escritura. “La dedicación le permite a uno mismo elegir qué ser. Hay cosas que parecen imposibles, pero aprendí a verlas de otra manera, desde otro ángulo”. Antes de Ángeles D1 Luis imaginaba hacer todo lo que hace ahora, pero no lo creía posible.

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Educar en libertad y fijar límites: son compatibles

Los niños necesitan pautas claras y definidas para poder crecer seguros, necesitan de un referente o modelo que les enseñen cómo actuar y resolver obstáculos.

Cuando eres padre o madre, una de tus principales funciones es educar a tus hijos. Descubres que, en el proceso, debes enfrentar al menos dos retos: tus propias incertidumbres y la particularidad de cada uno de tus hijos.
La educación de los hijos es uno de los temas que más inquietudes genera en los padres. Y es que no existe un manual definitivo porque cada hijo es una realidad muy particular.
Para simplificar, es bueno empezar observando el principio “¿Qué es educar?”
Educar tiene dos raíces etimológicas: por un lado significa “traer fuera lo que se halla oculto” , o, en otras palabras “desarrollar todas las capacidades y facultades de forma libre y consciente, sacar lo que potencialmente se es para caminar hacia la plenitud”.
Por otro lado, también significa “nutrir, alimentar, actividad de promoción activa para que otro saque todo lo que tiene en sí”.
Para educar, primero hay que respetar la particularidad de cada hijo. Como padres, estamos llamados a sostener, guiar, para que nuestros hijos puedan crecer desplegando los dones que traen desde su singularidad. Para eso necesitamos cariño y firmeza.
Se dice que somos la principal fuente de educación. Es así por dos elementos propios en nuestra relación con nuestros hijos: el vínculo afectivo y el ejemplo. En esto radica la importancia de nuestra influencia como padres. De ahí que la familia siga siendo el principal agente educador, que deja la huella más profunda en la persona. La educación en la familia se da en un entorno fuertemente afectivo, donde las relaciones entre padres e hijos tienen la cercanía de lo cotidiano, de la intimidad, de la cercanía física y emocional a través de las diferentes etapas del desarrollo.

Aprendamos a ser autoridad
Ser autoridad implica hacerse responsable y, por tanto, ser soporte, punto de apoyo. Es un sostener para que el que es sostenido crezca. Sostenemos dando contención a nuestros hijos, trasmitiéndoles no solo conocimientos sino también valores, creencias, actitudes, habilidades sociales, hábitos de conducta y el espacio para que puedan ser lo que están llamados a ser.
La educación que impartimos, por el vínculo afectivo y testimonial, no es una educación cualquiera, es un legado que será la herencia para nuestros hijos, porque marcará su manera de entender y enfrentar la vida.
El reto es saber sostener, apoyar, guiar a cada hijo para que crezca desde sus características particulares. Podemos seguir unas mismas pautas pero el modo de aplicarlas va a variar según cada hijo e hija.

Algunas recomendaciones al momento de educar:

1. Perder el miedo a ser autoridad. No hay educación sin autoridad. La autoridad tiene como objetivo la libertad de la persona. Por lo tanto, la autoridad paterna y materna debe ser ejercida desde el cariño, el respeto, el estímulo y la paciencia, para favorecer el crecimiento y despliegue de hijos e hijas.
Algunos tips: siempre hablar claro, establecer pautas claras y ser coherentes entre lo que se dice y se hace. Todo esto, en un contexto de afecto.
2. Vivir el respeto. Si educamos teniendo como centro la persona, debemos esforzarnos en vivir el respeto Porque en el acto de educar prima el deseo de entender qué necesita el niño para que pueda cumplir nuestras indicaciones. La clave para corregir desde el respeto es hacer la corrección con el mismo tono de voz con el que conversamos con nuestro hijo. El tono de voz y la actitud de cercanía le permitirán reconocer lo que se espera de él sin que se sienta rechazado o poco querido.
3. Tener una actitud firme. Educar con firmeza es expresar las ideas y aplicar las medidas con seguridad y serenidad. La firmeza va respaldada por la convicción y, por lo tanto, por la acción. Cuando somos firmes no tenemos miedo de cumplir con lo acordado, porque sabemos que nuestro actuar está basado en el amor a nuestro hijo y que, por lo tanto, todo lo haremos para su bien. Desde un adecuado ejercicio de la autoridad, la firmeza es comprendida como claridad y seguridad en las pautas que se dan. Los niños necesitan pautas claras y definidas para poder crecer seguros, necesitan de un referente o modelo que les enseñen cómo actuar y resolver obstáculos.
A veces, por temor a perder el cariño de nuestro hijo o su amistad, dudamos en ser firmes o en cumplir con los límites establecidos. ¡Estrategia errada! Lejos de hacerles un bien, perdemos la oportunidad de que aprendan a autoconocerse y ser responsables, al entender que sus actos tienen consecuencias. Nuestra firmeza cariñosa trasmitirá a los hijos la tranquilidad que necesitan para sentirse seguros, porque saben que cuentan con alguien superior que los guiará con seguridad y fortaleza hasta que ellos puedan valerse por sí mismos.
4. Ser simples. La seguridad que transmitimos a nuestros hijos se refuerza cuando sabemos dar razones sencillas y lógicas a las normas que aplicamos, respetando su etapa de desarrollo. Con esta manera de educarlos deseamos que entiendan la razón de la conducta y la asuman como propia. Pero esto no significa que tenemos que explicar todas las medidas que establecemos. Si caemos en el diálogo tortuoso y prolongado, el acto por el cual queremos ejercer la autoridad pierde fuerza y corremos el riesgo de perdernos en otros temas.
Hay situaciones en las que, por ser repetitivas, por haber sido explicadas con anterioridad, o porque la situación exige una inmediata intervención, no es necesario explicarlas y se puede utilizar un argumento que descanse en el recto uso de la autoridad: “Por que soy tu mamá (o tu papá) y lo digo yo”. Esto solo se pude dar si los padres saben asumir su propio rol de líderes ante sus hijos, y dependerá de la seguridad con que ejercen este rol. Esta frase tiene sustento si existe un vínculo de afecto, respeto y aceptación sano entre padres e hijos.
5. Señalar el acto, no a la persona. Cuando corrijamos es importante diferenciar entre lo que ellos hacen y lo que son. Basta con señalar la conducta que se quiere cambiar y no poner calificativos al hijo o hija. De lo que se trata es de señalar la conducta y la situación. Así, el niño aprende a ver sus actos como simples “hechos” que pueden ser mejorados o cambiados y que no afectan su valía personal. Desde esta actitud le mostramos que creemos en él, en su capacidad de cambio y en su deseo de mejorar cada día. Si nuestros hijos entienden que podemos escucharlos y ayudarlos sin censurarlos ni rechazarlos, que son igualmente queridos cuando se equivocan, entonces podremos contar con su confianza, porque se reconocerán plenamente amados, aceptados y educados hacia la libertad.
6. Señalar lo positivo. Esta es una pauta muy conveniente, ya que así educamos desde lo que podemos dar o hacer. Sin embargo, no hay que olvidar que educar desde lo negativo, con frecuencia, nos resulta fácil. “No toques”, “no hagas esto”. El reto de educar en positivo nos exige pensar en alternativas, estar atentos a las habilidades de nuestros hijos para potenciarlas, ofreciéndoles estrategias inteligentes de solución o de acción. Educar en positivo implica señalar las buenas obras, los logros y el esfuerzo del hijo. Exige evitar las críticas y promover un lenguaje más objetivo y claro, centrado en la capacidad de crecimiento de cada uno, recordando que todo en ellos es potencia.
7. Ser libres. La convivencia nos deja al descubierto. Nuestros hijos conocen nuestras virtudes, defectos y equivocaciones. Aprender a aceptar nuestros propios errores de manera natural y llamar a las cosas por su nombre es un acto de humildad que no solo educa sino que forma a nuestros hijos en una sana libertad. Es una lección de humanidad. Reconocer nuestras limitaciones personales sin hacer un drama de ello, aceptar la crítica constructiva para mirar hacia el cambio positivo y tener la libertad de aceptarse es el mejor remedio contra el miedo al rechazo. Si nuestros hijos aprenden a verse como son y aprenden a aceptarse con naturalidad y libertad serán capaces de centrarse mejor en la solución de los retos futuros, ya que su valía personal no estará en juego. Entenderán que los errores son propios de cualquier proceso de aprendizaje y madurez hacia la adultez.
8. Hablar asertivamente. La comunicación asertiva implica tener madurez y conocimiento personal, para ser capaces de expresar con claridad lo que realmente queremos decir, sin interferencias de tipo afectivo que den lugar a malas interpretaciones o que generen incomodidad. Para esto, es bueno conversar como esposos, coordinar, aclarar ideas y desarrollar un discurso simple y coherente. La asertividad, al ser una habilidad que evidencia un grado de autocontrol y conocimiento personal, es un buen modelador de conducta para nuestros hijos.

9. Ser coherentes. No hay aprendizaje más efectivo y contundente que el que se vive. Cuando nuestros hijos ven que vivimos como predicamos tienen la certeza de que “eso que se predica es verdad”. “Papá sabe, mamá sabe”. Si nuestra coherencia de vida se da en torno a los valores, esta será la mejor herencia que podremos dejar a nuestros hijos. Además, la coherencia da seguridad y fortalece la confianza, ya que nuestro hijo o hija reconoce y ve que sus padres pueden vivir como enseñan, y que son felices así, por lo tanto “lo que dice papá debe ser verdad”.

Por último, no olvidemos que, si bien somos responsables de la educación de nuestros hijos, ellos son los verdaderos protagonistas del proceso.
No asumamos con preocupación esta tarea. Llevémosla a cabo centrados en el amor que les tenemos (que no es ceder a todo lo que nos pidan o evitarles algún fastidio) y con responsabilidad, instruyéndonos en estos temas para poder apoyar a cada hijo en su camino hacia la madurez personal.

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¿Quién es el niño por nacer?

El año 2001 el gobierno del Perú, mediante el decreto legislativo n.° 27654, dispuso que el 25 de marzo de cada año, como ya se hacía en otros países latinoamericanos, se celebre el “Día del Niño por Nacer”. El motivo es llamar nuestra atención sobre aquel ser humano que en el seno materno espera abrir sus ojos al mundo una vez concluido su periodo de vida intrauterina. Todos hemos sido “niños por nacer”; sin embargo –para la mayoría de las personas– ese ser humano, cuyo hábitat transitorio es el cuerpo de la madre, sigue siendo poco menos que un misterio y se ignora mucho de su realidad. La ciencia, en los últimos años, ha ido mostrándonos cada vez más el rostro del niño por nacer, desde su edad más temprana.

Quizá, la primera pregunta que se debe responder es ¿desde cuándo existe –es decir, vive– este ser humano que llamamos “niño por nacer”? La ciencia reconoce y enseña que desde que se fusiona el óvulo de la mujer con el espermatozoide del varón en una sola célula surge esta nueva realidad, distinta a los progenitores, que los científicos –por razones de estudio– llaman embrión, el nuevo ser humano que inicia su existencia siendo una célula. Cuando consta de una sola célula el embrión es llamado cigote y tendrá un desarrollo continuo, coordinado y gradual, comandado por su propio genoma, lo que lo distingue como un individuo biológico único dentro de la especie humana. Pocos saben que en ese “día 1” de nuestra existencia, cuando estamos en el estadío de “cigote”, se establece la organización de nuestro cuerpo. En otras palabras, el eje de nuestro cuerpo –que en ese momento consta de una sola célula– se determinó antes de que “cumplamos 24 horas de vida”. Desde ese momento quedó establecido en cuál polo se formaría nuestra cabeza y en cuál nuestros pies, cuál sería la cara anterior y cuál la cara posterior de nuestro cuerpo. El embrión desciende de la trompa al útero, donde se anidará y proseguirá su desarrollo hasta el momento del parto. Durante ese descenso, que demora casi una semana, multiplica sus células y sostiene un fino diálogo de moléculas bioquímicas con el cuerpo de la mujer-madre que lo aloja; es decir, señales que van y vienen del uno al otro aun antes de que la mujer sea consciente de que ya es mamá. Hoy, la más adelantada tecnología de imágenes nos permite ver que a las ocho semanas de edad el rostro del bebé comienza a adquirir características propias que lo distinguen de otros bebés de su edad, y se le comienzan también a delinear las huellas digitales. Y cuando tiene nueve semanas de vida intrauterina se ve a un bebé que duerme, se chupa el dedo, se despierta y se estira, cuando a la mamá ni siquiera se le nota la “barriga”. A las diez semanas lo podemos ver saltando en el vientre materno; a las once, rascándose con los deditos de las manos claramente distinguibles, y a las doce ya se puede diferenciar por los genitales externos si estamos ante un niño o una niña.

Estos son algunos de los detalles sorprendentes que la ciencia nos ha revelado sobre ese ser humano que está en espera de nacer, esta es la realidad maravillosa que se invita a contemplar en este “Día del Niño por Nacer”. En los tiempos actuales, las circunstancias que rodean la generación de este nuevo ser humano pueden ser variadas y hasta dramáticas: podría haber sido querido o no deseado, quizá no esperado; podría ser fruto del amor entre los esposos o ser “consecuencia” de una violación sexual; podría haber sido generado en el calor de un hogar o en la fría irresponsabilidad e inconciencia de los “enamoramientos” o de las “libertades sexuales”; o podría estar en el seno materno, sobre una lámina de laboratorio o hasta en un congelador, a causa de la fertilización in vitro. Pero ninguna de estas circunstancias modifica la verdad científica, que se mantiene incólume y no cambia: estamos frente a un ser humano, tan valioso como uno ya nacido. Las circunstancias que rodearon su concepción no pueden anular ni cancelar la verdad del niño por nacer.

Actualmente se busca ocultar o confundir respecto a la verdad del niño por nacer para poder favorecer su libre eliminación mediante el aborto, en sus diferentes modalidades según su tiempo de vida. ¿Puede aceptarse la afirmación de que “nadie sabe cuándo se inicia la vida de un ser humano”? ¿O que en los primeros días de existencia no es un ser humano sino “un amorfo cúmulo de células”? ¿O que “es parte del cuerpo de la mujer”? También se intenta sistemáticamente subordinar el valor de la vida del niño por nacer respecto a la salud o cualquier otro interés de la mujer que es la madre. ¿Qué razón válida podría existir para causar la muerte directa de un ser humano inocente? ¿La seguridad económica de la madre? ¿Su futuro profesional? ¿Su salud mental? Porque el aborto, póngasele el disfraz que se le ponga, uno más falaz que el otro, siempre será esto: el asesinato de un ser humano inocente –por lo demás imposibilitado de defenderse o de huir– a manos de otro.

La realidad del niño por nacer nos invita a amarlo y defenderlo como un compromiso consecuente con lo que nuestra razón nos permite comprender de aquel ser humano que, en su fragilidad, es uno de nosotros.

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Si no quieres perderla ¡Pon en forma tu memoria!

• Percy: 70 años, acaba de terminar una Maestría en Gobernabilidad. Jorge, 70 años, no logra recordar fechas ni nombres importantes.
• Carla: 75 años, hace crucigramas diariamente. Claudia, 71 años, le resulta difícil recordar rutas y caminos para movilizarse.
• Percy y Carla son personas que mantienen ágil y en constante entrenamiento su memoria, lo cual los ayuda a evocar información de manera eficaz.

Cuando la memoria falla se hiere la autoestima y se despiertan múltiples temores infundados. ¿Tendré un problema neurológico? ¿Será el comienzo de Alzheimer? Siempre debemos estar atentos y chequearnos, pero muchos de estos olvidos no se producen por una causa grave, sino debido a una falta de ejercicio de la memoria.
El uso de la memoria en la vida actual ha cambiado, la modernidad nos ha vuelto adeptos a comodidades que nos hacen dejar de ejercitarla, como por ejemplo el uso del celular. Antes de la llegada del celular almacenábamos en nuestra memoria los números de casa, de los hijos, los hermanos y algunos amigos… Y ahora, haga la prueba. ¿Cuántos números telefónicos sabe usted de memoria?
La memoria es como un músculo, se ve debilitada si uno no la cuida y ejercita. Es necesario cambiar el viejo mito de que cuando envejecemos es normal perder la memoria y que no se puede hacer nada al respecto. Investigadores del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (NIA), perteneciente a los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos de Norteamérica (NIH) revelan que la falla de la memoria no tiene por qué empeorar al envejecer. Dichas investigaciones aseguran que mantener activa nuestra memoria es la mejor arma para prevenir la pérdida de esta preciada función humana. Mantener la mente activa es la clave para lograr un buen funcionamiento general del cerebro.
Los recuerdos se forman en tres etapas: el registro (ingreso de información por medio de los sentidos), almacenamiento (cuando se fija y archiva en la memoria el recuerdo) y reproducción o evocación (cuando se busca en la mente la información que se necesita). Las alteraciones pueden estar presentes en cualquiera de estas etapas del proceso, por ello es importante estimular los sentidos, la memorización, propiamente, a través de asociaciones y ejercicios de evocación.

¿Qué puede hacer concretamente para mantenerla en forma?

  • Utilice agendas y listas
  • Haga asociaciones mentales
  • Realice el recorrido mental del día
  • Esfuércese por aprender datos de memoria
  • Juegue con su memoria
  • Haga crucigramas, palabras cruzadas
  • Lea
  • Retome los estudios
  • Haga acrósticos
  • Aprenda canciones o poesías de memoria

Entrenar la memoria da grandes beneficios: se estimulan las actividades mentales adormecidas, mejora nuestra capacidad intelectual para el desenvolvimiento cotidiano, previene posibles disfunciones, nos ayuda a sentirnos más seguros e interrelacionarnos mejor con los demás.

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En la Parábola del hijo pródigo, ¿no es acaso justo el reclamo del “hijo bueno”?

En una primera mirada a esta parábola, el reclamo del hermano mayor, el “hermano bueno”, es algo que podría parecernos natural. Si el hermano menor, que se ha portado muy mal, que ha sido un gran egoísta, que se ha gastado malamente buena parte de la fortuna familiar, si este se ha comportado así, ¿por qué hacerle una fiesta de bienvenida? Nuevamente, parece que este reclamo suena bien.
Sin embargo, el asunto es más profundo, no podemos quedarnos en las apariencias, pues lo esencial es invisible a los ojos. El hermano mayor está reclamando porque en el fondo no está viendo la realidad, no está comprendiendo el gran bien que se ha realizado en su hermano menor y en toda la familia. Él está mirando la realidad desde su corazón herido y no está viendo con serenidad y alegría el bien que tiene delante.
Seguramente, el Señor le está hablando acá a los fariseos, que se creen buenos, los que se quedaron en casa y no malgastaron los bienes de la familia, los que se miden a partir de los pecados evidentes de los demás, los que en el fondo no necesitarían la misericordia, el perdón, porque no tendrían faltas, por que estarían justificados, serían buenos. Y como no “necesitan” la misericordia, tampoco la comprenden.
Los fariseos criticaban a Jesús por “andar con los pecadores y comer con ellos”. Jesús se acerca a la gente pecadora (a todos nosotros), como el médico al enfermo, para llevarlos al bien. Para los fariseos eso era un escándalo. Ellos se creían buenos, que practicaban y cumplían la ley y veían a los pecadores públicos como gente que no tenía redención.
Esto le pasa al hermano mayor. Y su actitud, en esta perspectiva, llama la atención. Frente a la alegría del padre de haber recuperado a su hijo y frente a la alegría del hijo de haber retornado a la comunión de la familia y recuperar su dignidad de hijo, aparece el hermano mayor que se molesta por el bien del hermano menor.
Una manera de definir la envidia es la siguiente: tener alegría por el mal del otro o tener tristeza por el bien del otro. El hermano mayor se molesta, se fastidia, se indispone ante la fiesta que el padre le organiza al hermano menor, que ha malgastado la fortuna familiar. No logra ver el gran bien, no soporta la misericordia de su padre, no se da cuenta de que, en el fondo, su corazón también está lejos de su padre, que aunque él no se fue de la casa, en realidad no estaba allí.
Es muy simbólico que, al regresar y ver todo lo sucedido, él no quiera entrar a la casa. Se queda afuera, molesto. Y nuevamente, el padre misericordioso, sale al encuentro de su hijo, en este caso el mayor, para mostrarle su amor, su misericordia, para hacerlo “entrar en sí mismo”, para que vea la realidad como debe ser y cambie su conducta.
Es importante aprender de esta parábola que no debemos cumplir el papel del hermano que se cree bueno en relación a las demás personas. Tampoco se trata de autocastigarnos, creyéndonos artificialmente unos miserables pecadores. Debemos reconocer nuestra fragilidad, y sobre todo la bondad infinita de Dios, que solo quiere nuestra dicha, nuestra felicidad. Y esta no está lejos de casa sino en su hogar, en su comunión. Por eso Él siempre nos va a esperar, siempre nos va a buscar, siempre va a salir a nuestro encuentro, sea que estemos lejos o sea que estemos cerca. En cualquier caso, Él siempre es nuestro Padre, y los demás nuestros hermanos.
El padre no trata bien a uno y maltrata al otro. A los dos los trata como a sus hijos desde su condición de padre. Eso es lo maravilloso. El Señor Jesús nos está enseñando que Dios nunca olvida que Él es nuestro Padre y que nosotros somos sus hijos.

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Amar para siempre o amar por un rato

¿Hemos convertido al amor en un bien de consumo?

Antes, una refrigeradora era para toda la vida. Con cada objeto que adquiríamos venía la promesa, y también la esperanza, de que durara mucho tiempo, “lo más que se pueda”, para no tener que reemplazarlo. ¿Qué sucede ahora? Cuando se daña la refrigeradora, viene el técnico y nos dice: “no hay como las de antes, estas ‘refris’ nuevas se dañan con mucha facilidad. Mejor bótela y compre una nueva, repararla es muy caro”.
En los tiempos que vivimos, queremos consumirlo todo y vivir para el placer y bienestar. La comodidad se ha convertido en un valor, es decir, esforzarnos poco o nada pero recibir a cambio todo lo que sea posible. Pensamos que es en esta forma como encontraremos la felicidad. Cuando vamos al centro comercial y compramos algo, apenas vamos saliendo y ya deseamos regresar a comprar. Invertimos mucho tiempo pensando en los objetos que nos faltan y no tanto en los que acabamos de adquirir. Es como si perdieran valor rápidamente. Con poco uso ya son viejos, están usados.
Me preguntarán ¿qué tiene que ver esto con el amor y el matrimonio? Pues mucho. Ahora, el amor ha pasado a ser un bien de consumo más. Igual que con la refrigeradora, ya no esperamos que sea para toda la vida, si es que todavía lo pensamos. No ponemos todo el esfuerzo para lograrlo, esperamos que sea el otro quien lo haga. Son pocos los decididos a poner todo de sí mismos para salir adelante.
Las relaciones entre las personas son el reflejo de la era consumista: mientras nos beneficien y nos sirvan, las adquirimos. Luego, cuando ya no nos rinden, las desechamos, como objetos que dejaron de cumplir la función para la cual se los eligió. Y ¿que pasó con “te amaré hasta que la muerte nos separe”? ¿Se estará cambiando por “te amaré mientras me des lo que necesito y de la forma como me gusta (atención, cariño, independencia de los padres, bienestar económico, comodidad)”? “Cuando ya no cumple con los requisitos por los cuales lo elegí, los busco en otra persona que me haga sentir bien, que me dé lo que busco, pues merezco algo mejor”. “No nací para sufrir... sinó para ser feliz”, es lo que escuchamos.
Cuando hablo del amor para un rato me refiero a las relaciones rápidas e intensas, donde no hay un compromiso. Sin embargo, se entrega mucho, uno mismo, en el acto sexual, “pero doy poco, pues trato de proteger todas mis emociones para no sufrir cuando la relación termine”. Casi siempre se está pensando ¿cuándo es que se termina?, pues no hay un contrato implícito a largo plazo, ni la posibilidad de que exista.
La gran paradoja es que, mientras se trata de ser feliz, solo se encuentra el vacío y la tristeza que deja una relación más en la que ninguno se compromete, tratando de protegerse emocionalmente, pero terminan heridos silenciosamente. Esto sucede tanto en parejas en etapas de enamoramiento, como en los matrimonios, que a pesar de tener un rito explícito en el cual se prometen estar toda la vida juntos, no creen que eso sea posible.

¿Qué pasó que ahora las relaciones son tan frágiles?
El compromiso se ha convertido en un desafío en los tiempos posmodernos, en los cuales el consumo, el bienestar y la comodidad son el hilo conductor de la vida.
Existe realmente un terror al compromiso, que a la vez encierra “miedo a perder la independencia para hacer lo que quiero, a la hora que me provoca, y volverme dependiente y perder espacio de acción. Miedo a la incertidumbre que trae una relación de dos. Miedo a perder comodidades. Miedo a que el otro saque lo peor de mí. Miedo a que no confíen en mí. Miedo al conflicto. Miedo a renunciar a algo para llegar a acuerdos. Miedo a no recibir lo que espero. Miedo a perder el control de la situación. Miedo a darme por entero y que el otro lo haga a medias. Miedo a que el otro no se comprometa como yo y me deje. Miedo al cambio”.
En el fondo existe un gran miedo a sufrir y a amar. Estos temores se convierten en una gran coraza, que a la vez que me protege de salir herido de una relación, también impide que el otro me ame, pues no puede llegar a mí, porque si amo podría quedar indefenso.
Si no me comprometo no me entrego, por lo tanto elijo ser libre, sin responsabilidades hacia otra persona. Vivo una falsa felicidad, pues lo que encuentro es soledad, egoísmo, resentimientos y heridas. Una relación sin compromiso está destinada a morir. Es una trampa en la que encuentro exactamente lo contrario de lo que buscaba.

¿Qué significa amar para siempre?
Cuando dos personas elijen estar juntas para toda la vida, con plena convicción de su decisión, se comprometen a amarse el uno al otro, a cuidar del otro, a dar lo mejor de sí, a respetarlo, a incomodarse, a plantearse un proyecto de vida en común. Ser amado es la respuesta del amar al otro.
Si me comprometo con otra persona en una relación para toda la vida. Tendremos momentos de intimidad, alegría, ternura. Viviremos con la seguridad de que para los dos la relación es para siempre, lo que implica que ante las dificultades, las tristezas, los desacuerdos, los resentimientos, los sufrimientos (que son parte natural del matrimonio) trataremos juntos de buscar soluciones para alcanzar esta meta, y no será la separación la primera respuesta.
Es decisión nuestra si elegimos relaciones sin compromiso o elegimos amar a otro para toda la vida, con la disciplina y voluntad que ello requiere.

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Jóvenes sin ataduras: Miedo al compromiso

¿Es cierto que se ha vuelto más difícil encontrar el verdadero amor?
¿Por qué, incluso, quienes aman a su novio o a su novia, no quieren comprometerse para toda la vida?
¿Por qué tantos le temen al matrimonio?

“Nueva York. Eran más de las ocho de la noche de un viernes, y ahí estaba yo, en otra cita a ciegas, con Jaime, un chico “interesante”, de treinta y pico años. Estábamos en un restaurante, a la luz de una vela, tomándonos una botella de vino y hablando, muy animados, de nuestros respectivos trabajos. Mientras tanto, me preguntaba: ¿será este el hombre con el que pasaré el resto de mi vida?
La conversación era entretenida e inteligente, sin embargo, no pude evitar mirar de reojo el reloj. En el mejor de los casos esta sería una cita más. Mi lista de citas a ciegas ya era interminable. Hacía tres años había terminado con mi último novio y me agobiaba pensar cuántas citas más tendría que aguantar”.
Con estas palabras, más o menos, comienza el libro La generación sin ataduras (Unhooked generation) de Jillian Straus, una periodista que se dio a la tarea de entrevistar a 100 jóvenes entre 25 y 39 años en los Estados Unidos, y escuchar sus ideas sobre el amor. Le preocupaba ver que su amigo Drew había tenido varios noviazgos serios, y todos habían fracasado. Sus novias parecían muy enamoradas de él, pero las relaciones terminaban pues él no se atrevía a dar el siguiente paso.
Y como Drew, estaba su amiga Michelle, que a cada rato la llamaba llorando y se lamentaba: “¿No soy normal?, ¿algo raro me pasa?, ¿o será que los raros son ellos?”. O Clara, que con cada ruptura afirmaba resignada: “Me dejó porque no soy la mujer perfecta con la que él sueña”.
Drew, Michelle y Clara tenían buenos trabajos, un amplio círculo de amigos y varios hobbies, sin embargo, cada conversación estaba marcada por las historias de sus fracasos amorosos. Entonces, Jullian comenzó a preguntarse: “¿Será que hablamos demasiado de nuestras frustraciones amorosas o acaso la búsqueda del amor y el compromiso se han hecho más difíciles para nuestra generación? ¿Somos unos inmaduros o es que tenemos muy mala suerte?”.

Las 7 grandes amenazas

La autora norteamericana descubrió siete influencias externas con las que tenemos que luchar quienes pertenecemos a la Generación X. Son siete influencias que nos ponen zancadillas, todo el tiempo, para encontrar el amor que buscamos.

1. El culto al yo
Somos una generación obsesionada con la “independencia”, y nos parece vergonzoso admitir que nuestra prioridad sea encontrar un esposo o una esposa. Eso suena mal. Suena mejor decir que se quiere el éxito profesional o alcanzar solvencia económica.
Escuchamos a mujeres que afirman: “No necesito a un hombre en mi vida”; y a hombres que dicen: “Me va muy bien así, solo”. Después de varios años concentrados en la profesión descubren que no “han encontrado” a alguien que los ame y a quien amar. Algunos, incluso, reconocen que dejaron ir a su “alma gemela”, pues comprometerse significaba renunciar muy pronto a su “libertad”. Otros han decidido posponer el amor para “cuando estén listos”, y cuando están listos no llega.
2. La cultura de selección múltiple
Las citas online, los blogs, y los mensajes instantáneos nos han llevado a creer que hay infinitas posibilidades con solo hacer un “click”. Quienes tienen una relación estable están constantemente comparando con lo que podrían encontrar si usaran la página web indicada o se fueran a vivir a otra ciudad. “Siempre puede haber alguien mejor”.
Muchos tienen una lista de requisitos para el esposo o esposa ideal. Ana María no la tiene escrita, pero la repite sin pensarla: “Que sea fiel, ambicioso, trabajador. Que le gusten los niños. Que me escuche y me entienda. Que tenga iniciativa. Muy deportista. Que tenga sentido del humor. Ah, y muy importante: que me vuelva loca con solo mirarlo”.
El resultado: nunca estamos satisfechos con la relación actual y nos cuesta comprometernos de verdad. Nos hemos vuelto impacientes y no le damos tiempo a la relación para que crezca y madure.
3. Las secuelas del divorcio
Aun para quienes han visto a sus padres juntos toda la vida, el divorcio se ha convertido en una amenaza. Por todos lados hay gente divorciada. Hemos perdido la confianza en un matrimonio feliz. Y como si fuera poco, nuestras expectativas se han vuelto poco realistas: “Para casarme, tendría que encontrar a alguien fuera de serie y tendría que estar completamente segura de que nunca me voy a divorciar”, afirmaba una de las entrevistadas.
4. Los efectos secundarios del feminismo
El feminismo abrió caminos importantísimos para la mujer, pero también abrió grietas en nuestra concepción del hombre y la mujer, de la familia, del amor. Muchas mujeres quieren te-nerlo todo a la vez (esposo, carrera, hijos, viajes) y, cuando no pueden, se frustran. Por su parte, los hombres, no saben bien qué se espera de ellos y qué esperar de una mujer. Tomás, por ejemplo, no quiso volver a salir con Claudia porque ella insistió en dividir la cuenta por mitades cuando salieron por primera vez. Los códigos del noviazgo, que por tantos años estuvieron basados en los roles tradicionales del hombre y la mujer, han sido modificados, y aún no existen pautas de conducta definidas, que nos den una clara carta de navegación.
5. “¿Para qué sufrir?” es la actitud imperante
Una vez que se agota lo placentero se piensa que se acabó el amor. En vez de conservar al novio o a la novia y superar juntos los problemas nos quedamos con el problema, pero nos deshacemos de la relación.
Se ha desfigurado el sentido del sufrimiento. Y lo cierto es que se puede sufrir sin amar, pero nunca se podrá amar, de veras, sin sufrir. Todo compromiso implica atravesar días buenos, regulares y malos.
6. Los estándares de vida que propone la farándula
Las series de TV nos convencen de que la vida de soltero es “sexy” y, en cambio, la de casado es monótona y aburrida. Estamos como hipnotizados por la farándula: solteros cotizados y noviazgos superficiales que se basan en el glamour. Pero recordemos que los famosos solo están en portada cuando se casan o se divorcian, pero ¿quién habla de los que están felizmente casados? Eso no es noticia.
7. El promedio de la edad para casarse se ha elevado
La edad promedio para casarse se ha elevado, y, con ella, aumentan los requisitos que cada prospecto de pareja debe llenar. Con la edad, se acumulan las heridas y aumentan los puntos de comparación. Después de muchos años de vida de soltero cuesta más abrirse a un nuevo amor. Y, como si fuera poco, las mujeres tienen que enfrentarse con su reloj biológico.


La salida de esta encrucijada cultural
El panorama que pinta Jillian es desolador, sin embargo, al final del libro presenta el caso de parejas que “cambiaron de chip” y le apostanon al amor verdadero. La sensación de vacío que produce el resto de las relaciones que describe el libro se desvanece.
“Me di cuenta de que todo lo que me habían enseñado para encontrar y mantener el amor estaba equivocado... Las personas que han encontrado el verdadero amor han usado un enfoque contrario a lo que nos ha hecho creer esta cultura”, afirma Straus.
Estas son las actitudes que Jillian le sugiere a quienes quieren alimentar un verdadero amor:

  • Dejar de centrarse en el “yo”, y enfocarse en el “nosotros”.
  • Abandonar las expectativas irrealistas que tenemos del otro y dejar de compararlo con los que hubo antes.
  • Dejar de pensar que un “alma gemela” llegará a nuestra vida mágicamente. Pensar más bien en trabajar juntos para llegar a ser, cada uno, el “alma gemela” del otro.
  • No pensar que el otro es como un objeto que debe satisfacer mis necesidades.
  • Aceptar al otro tal como es, en vez de estar esperando más y más de él o ella, todo el tiempo.
  • Pensar: ¿qué estoy dispuesto a sacrificar yo?, en vez de pensar: ¿qué está él o ella dispuesto a hacer hoy por mí?
  • No aferrarse a los miedos, el escepticismo y la impaciencia.
  • Asegúrese de alcanzar una conexión profunda: comunicarse a fondo.
  • Tener la valentía para comprometerse.
Cuatro claves para hallar el amor verdadero
Encontrar el amor no es una búsqueda externa, es un proceso que se da dentro del corazón. Jillian encontró cinco cualidades en común en las parejas que viven felices.
  1. Mírese primero a sí mismo. En las parejas felices cada uno estaba decidido a ser una persona más comunicativa y comprensiva, en vez de pensar en cómo deshacerse de su pareja cada vez que pelaban.
  2. Rompa su lista de requisitos. Estas parejas comenzaron a ser felices cuando dejaron de lado sus expectativas y se abrieron al amor aunque no encajaba perfectamente en sus moldes. Tuvieron que romper esquemas, pues muchas veces el otro no se parecía a lo que siempre habían soñado.
  3. Reduzca la velocidad. Elisa descartó a Miguel de entrada, pero su amiga Susana la animó a conocerlo mejor. Seis meses después ella le dio las gracias: “Gracias por insistirme en que debía conocerlo mejor. He descubierto que es maravilloso”. No pensemos que vamos a distinguir el amor verdadero después de la primera cita. El amor y la pasión requieren tiempo para madurar y crecer.
  4. Entréguese de verdad. El matrimonio exige una decisión completa y comprometida de entregarse plenamente al otro. Quien deja abierta una puerta de escape no experimentará el amor a plenitud.

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Hijos con autoestima sana

“Si la imagen que tengo de mí misma es que mido un metro ochenta, el día que me mire al espejo y descubra que mido uno cincuenta, mi autoestima se vendrá al piso, porque se ha construido sobre una premisa falsa”, dice Cynthia Hertfelder, una pedagoga española de amplia trayectoria, para ejemplificar lo grave que es crear una autoestima sobre mentiras. “Tengo que aprender a valorar lo que en verdad soy”, afirma y nos da más pautas en su último libro Cómo se educa una autoestima familiar sana.

Cynthia Hertfelder estuvo en Guayaquil invitada por la Fundación Sé Más y su programa de Magísteres en Asesoramiento Educativo Familiar y tuvimos la oportunidad de dialogar con ella.

Para empezar, ¿qué se entiende por autoestima?
Es el valor y la estima que una persona le da a lo que conoce de sí misma. Para tener una autoestima sana lo primero será conocerte bien. Si tú no te conoces bien o la imagen que te han enseñado de ti es una imagen falsa o inadecuada, que no corresponde a tu propia realidad o que oculta aspectos fundamentales, esa estima que te tienes a ti mismo, ese valor que te das a ti mismo será también falso.

¿Cuándo nace esta autoestima?
Se configura en una sola persona y necesitas que te hayan querido incondicionalmente. Cuando un niño nace y sus padres lo quieren simplemente por el mero hecho de existir, no importa que sea listo o guapo. A todas las mamás nos parece que nuestro hijo es el más lindo del mundo, y puede estar enfermo o sano, y lo queremos exactamente igual. En ese cariño incondicional del padre o de la madre está la base para que una persona pueda aprender a estimarse como persona y darle crédito a sus propios valores.

Quien no ha tenido padre ni madre, ¿puede tener una autoestima sana?
Evidentemente es un proceso más difícil. Aquellos niños que crecen en una institución que no tienen ese padre y esa madre que los quiere, necesitan encontrar lo que se llama una figura de apego, que puede ser la monjita, la enfermera o la maestra del centro donde está, porque si no encuentran esa figura de apego en donde vean ese cariño, ese niño no se desarrolla adecuadamente. Esto es tan importante que incluso esos niños pueden tener una excelente alimentación y atención médica, pero si no tienen esa parte afectiva pueden llegar a morir. Es más importante el amor que la alimentación.

¿Cuáles son los factores que condicionan la formación de la autoestima?
Lo fundamental es sentirse querido. Si me he sentido querido puedo aprender a querer a los demás, a quererme a mí mismo, a respetarme, a darme valor, pero a valorar lo que en verdad soy. Te doy un ejemplo: yo soy bajita, y si la imagen que tengo de mí misma es que mido un metro ochenta, el día que me mire al espejo y descubra que mido uno cincuenta mi autoestima se vendrá al piso, porque se ha cons-truido sobre una premisa falsa. Tengo que aprender a valorar lo que en verdad tengo. Lo que en verdad soy. Todos tenemos virtudes y defectos. Cuando al niño le enseñas a ver cuáles son todas sus potencialidades, empieza a valorarse, a darle un significado al esfuerzo y a lograr cosas.

¿Cómo contribuye la exigencia en la formación de la autoestima?
Mucho. No solo en el cariño está el ser querido. Una manifestación fundamental del cariño de los padres es la exigencia que se le de a ese niño. Vivimos en una sociedad en que pecamos de permisivismo. Le damos a nuestros niños de todo: que no sufran, que siempre tienen la culpa otros de lo que ellos hacen. ¿Qué ocurre entonces? Que nuestros hijos no saben utilizar sus propias herramientas, sus propias virtudes ni sus propios valores. No aprenden a conocerse. Lo tiene todo, se saben queridos, pero como no se saben exigidos, no aprenden a tener confianza en sí mismos. Su autoestima nunca será sana. Es decir, hay que poner límites pero con amor, no por egoísmo. Si a mis hijos yo los organizo por mi propia comodidad, como si fueran mis empleados, no los estoy educando.

¿Qué pasa con las madres que trabajan? Ellas suelen ser muy permisivas para justificar el tiempo que no están en casa...
Esas mamás y papás se equivocan. En el cariño está la exigencia. Cuanto tú, del cariño quitas la exigencia, el mensaje que le estás dando al niño es “haz lo que quie-ras que no me importa lo que hagas”. El niño necesita saber que al padre le importa lo que hace. Lo mismo pasa en un trabajo, si no te exigen sientes que no te valoran, que en cualquier momento te despiden. Cuando tú a un hijo no le exiges, por poco tiempo que pases con él, el mensaje que indirectamente le estás dando es: no me importas. El niño no siente confianza en él, por lo tanto no se tiene que esforzar, ¿para qué? No aprende a conocerse. Más tarde no habrá autoconfianza.

¿Cuáles son los enemigos de la autoestima en el contexto familiar?
Podemos resumirlos en tres, y van relacionados con lo que estamos tratando:

  1. Permisivismo. Dejas al niño hacer lo que quiere en cualquier momento, no pones límites.
  2. Individualismo. Hacerle pensar al niño que es el centro, el ombligo del mundo; una consecuencia del permisivismo.
  3. Autoritarismo. Por actitudes autoritarias obligas al niño a meterse en sí mismo. Creas niños inseguros e incapaces de tener iniciativas propias.
A tus hijos no debes mostrarles solo sus defectos, muéstrales siempre las dos cosas a la vez (defectos y virtudes). Si solo le muestras los defectos vive con eso y pensando que no vale, que no es capaz de nada, y si por contrario le muestras solo sus virtudes, el narcisismo le impedirá actuar, porque la tolerancia a la frustración que tendrá es cero.

¿Cuáles son las claves para crear una autoestima familiar sana?
Es algo que parece fácil, pero que en realidad es difícil: aceptar a cada hijo como realmente es. No proyectar lo que a los padres (o al mismo hijo) les gustaría que fuese. Aceptar lo que ese hijo realmente es con sus virtudes y sus defectos. Aceptarlo, comprenderlo y ser capaces de ponerte en su lugar.
La exigencia es la base de la confianza y la confianza es la base de la autoconfianza. Cuando me siento afectado y siento que se confía en mí, mi autoestima está sana.

¿Qué pasa con los sentimientos?
Es ahí donde les enseñas a las personas a ser dueñas de su propia vida, a ser libres. Que sean ellas las que manejen sus sentimientos y no dejen que sus emociones y sentimientos las manejen a ellas. Y claro que se puede educar a los sentimientos. Al igual que se educa la inteligencia, los sentimientos también pueden ser educados, y básicamente se hace en la familia. Esta educación es cuando tú le enseñas a un niño que a ese sentimiento que le invade le puede dar un significado con su inteligencia. Con su voluntad lo puede modificar, y querer lo que debe querer y no lo que le apetece querer o lo que más le atrae. Tú educas los sentimientos cuando enseñas “a querer” el bien, lo bueno.

¿Qué sería lo básico para mejorar la autoestima de una familia?
La seguridad que transmiten los padres. La comunicación permanente entre padres e hijos. Una exigencia coherente, que sea por y para el bien de los hijos. Que se acepte a cada hijo como es y que se lo estimule para que sea autónomo y no dependiente. Cada familia debe tener un proyecto educativo que se aplique con cada hijo, porque cada hijo es diferente. Siempre digo que me da igual que tener 1 o 23 hijos. Si tienen 23, pues tienen 23 hijos únicos. Ese “saberse querido” lo tiene que percibir cada hijo porque él es único, que da igual como sea, que él vale la pena.

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Educación es consideración

"Cuando el crecimiento tecnológico no va de la mano con la madurez social".

Este nuevo año, más allá de la crisis económica mundial que se ha pronosticado, en el Perú, tecnologías como la televisión satelital y on line, telefonía móvil de tercera generación, juegos interactivos, entre otros, están cada vez más disponibles y accesibles para todos. Pese a estas expresiones del “desarrollo” humano, sigue faltando conciencia ciudadana en nuestra sociedad. Así, continúan desde pequeñas malas costumbres como “colarse”, arrojar el empaque de una galleta por la ventana del auto, hasta situaciones graves como accidentes a causa de choferes ebrios o que se pasaron la luz roja porque “estaban apurados”. Las causas son varias, pero muchos coinciden en que la causa primera es la falta de educación. Pero ¿qué tiene que ver la educación frente a hábitos que se sostienen en la “criollada”, en la indiferencia total sobre lo que le pueda pasar al otro “mientras yo me beneficie o consiga lo que quiero”?
En principio, debemos indicar que educar significa, según lo define la misma Real Academia Española, desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos. Esto es, los seres humanos no solo deben aprender a leer, a escribir y demás, sinó que su educación debe comprender también valores éticos y morales, asi como normas de convivencia social.
Es más, el mismo Fiedrich Fröbel, pedagogo alemán que creó el concepto de lo que hoy conocemos como Kindergarten, sostenía que el “exteriorizar lo interior, interiorizar lo exterior y encontrar la unidad de ambos, tal es, por lo general, la forma externa en que se traduce el destino humano”. En ese sentido, para Fröbel, la verdadera educación, además de promover el conocimiento total de la propia persona, tiene un impacto profundo en la manera en la que los seres humanos se relacionan con su ambiente exterior, en cómo se desenvolverá frente a los logros y desafíos de su propia vida.
Nadie puede negar que el colegio, instituto o universidad tienen un papel muy importante en la educación de los hijos. También es cierto que aún no se provee de los suficientes recursos para perfeccionar el sistema educativo en el país. Mas, como ya lo hemos mencionado en artículos anteriores, la adecuada enseñanza de los padres y su testimonio son básicos para educar a los hijos. Allá, por el año 1820, Fröbel se preocupó mucho por la formación de las madres, convencido de la gran importancia de estas en la formación de las futuras personas. La educación de los padres es imprescindible. No hay lugar mejor en el que se pueda hacer entender a los futuros adultos por qué es importante respetar los derechos del otro, cumplir las normas establecidas en la sociedad.
En resumen, una persona educada no es la que alcanza el más alto nivel de instrucción, si no aquella que entiende que vivir en sociedad implica respetar al otro y tratarlo como espera ser tratado. Ese es el único y real punto de partida para que una sociedad pueda crecer y madurar. Es claro que se requieren muchos cambios para contar con ciudadanos mejores, pero usted puede hacer la diferencia. Mire a sus hijos y haga de ellos personas educadas, en el verdadero sentido de la palabra. Las nuevas generaciones se lo agradecerán.

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Compartiendo en pareja

“En la tercera edad, el amor en pareja puede ser más sólido y consistente”.

En la etapa de la vejez, el amor en pareja puede ser más sólido y consistente. Es el momento de amarse y entregarse mutuamente y sin excusas, y afrontar juntos las dificultades físicas que traen consigo el paso de los años.
La juventud es la gran diosa de los últimos años: nadie quiere envejecer y cada día cobra más fuerza la falsa idea de que lo que hagas en los primeros años de la adultez marcará tu éxito o tu fracaso. El endiosamiento de la juventud difunde una idea principal: nadie quiere ser viejo. Pero, como cualquier otra etapa de la vida, la vejez debe ser vista con objetividad, reconociendo lo que esta trae consigo, y lo que implica este cambio para la persona, tanto física como psicológica y espiritualmente.
La tercera edad no es sinónimo de soledad y enfermedad. Si bien estos aspectos se presentan comúnmente en la vida de las personas mayores, requieren ser vividos adecuadamente. No es una etapa para deprimirse o recriminarse por lo que se hizo o dejó de hacer, sino para cosechar los frutos del trabajo de tantos años, para entretenerse con el tiempo libre, para disfrutar junto con el cónyuge de momentos privilegiados llenos de recuerdos, y para acercarse más a Dios a través de la oración y el sufrimiento por el deterioro físico que suele estar presente cuando ya no se es igual de fuerte que en la juventud.

Nos tenemos el uno al otro

El principal soporte en esta etapa de la vida será, sin duda, el esposo o la esposa que nos ha acompañado durante toda nuestra vida y con quien se ha envejecido. Este será un tiempo especial de amarse y entregarse mutuamente sin miramientos ni excusas.
Para muchos, la vejez se hace pesada y los ancianos tienden a asumir una actitud enojona, impaciente o desesperada, reclamando con angustia y desesperación que su cónyuge esté atento para cuidarlo, olvidando que juntos han envejecido y que, como cuando eran jóvenes, la lucha sigue siendo de dos.
Entre los cambios que aparecen, la enfermedad puede ser el más difícil de afrontar a nivel personal y familiar. Descubrir, a partir los 60 ó 70 años, más o menos, que ya no se tiene la misma fuerza de antes y que se necesita de otros para que aten nuestros zapatos u otras cosas puede llevarlos a la depresión o a la pretensión de la autosuficiencia, obviando que el camino correcto a seguir es asumir este cambio de la mano de los demás.
Para Nancy Escalante, columnista del portal mexicano Almas, durante esta etapa se da una renovación y apreciación del valor de estar juntos, especialmente frente al pensamiento de la separación definitiva. Es el momento en que se necesita el apoyo y el cariño del otro y en el que los conflictos de pareja deberían ser menos frecuentes, pues la gran mayoría ya se ha estabilizado.
Sobre esto, el papa Juan Pablo II, gran ejemplo de cómo vivir la enfermedad y la vejez santamente, escribió en su “Carta a los Ancianos”, del año 1999, que la fragilidad humana y la ancianidad son “una llamada a la mutua dependencia y a la necesaria solidaridad que une a las generaciones entre sí, porque toda persona está necesitada de otra y se enriquece con los dones y carisma de todos”. Sus palabras son un llamado para que los ancianos se reconozcan frágiles y necesitados y un cuestionamiento para esa vanagloriada juventud que muchas veces se niega a prestar la ayuda necesaria a sus abuelos y a ver en ellos un modelo de vida y los mejores depositarios de los recuerdos y la historia familiar.

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¿Cuándo es permitida la eutanasia?

Padre, ¿en qué consiste la eutanasia? ¿Cuándo la Iglesia Católica permite desconectar a un paciente?

Etimológicamente, “eutanasia” (del griego “eu”: bien; y “Thánatos”: muerte) no significa otra cosa que buena muerte, bien morir. Pero esta palabra ha adquirido ya desde hace algún tiempo otro sentido: el de procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Pero hoy, más estrictamente se entiende por eutanasia el homicidio por compasión, es decir, causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fueren.
Entonces, con estos precedentes, llamaremos eutanasia al acto cuyo objeto es causar muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de este, bien por considerar que su vida carece de calidad mínima para merecer el calificativo de digna. Así considerada, la eutanasia sigue siendo, siempre, una forma de homicidio, pues implica que un hombre dé muerte a otro, ya mediante un acto positivo, ya mediante la omisión de la atención y cuidado.
Hay algunos elementos que debemos tener en consideración para poder hablar propiamente de eutanasia:

  • La muerte ha de ser el objetivo buscado, ha de estar en la intención de quien practica la eutanasia.
  • Puede producirse por acción (administrar sustancias tóxicas mortales) o por omisión (negarle la asistencia médica debida), buscando la muerte de otro, no la propia.
No es eutanasia, por tanto, el aplicar un tratamiento necesario para aliviar el dolor, aunque acorte la expectativa de vida del paciente como efecto secundario no querido, ni puede llamarse eutanasia el resultado de muerte por imprudencia o accidente.

Por otro lado, los motivos que suelen llevar a la eutanasia son los siguientes:
  • Porque la pide el que quiere morir. La ayuda o cooperación al suicidio se considera una forma de eutanasia.
  • Para evitar sufrimientos, que pueden ser presentes o futuros, pero previsibles, o bien porque se considere que la calidad de la vida de la víctima no alcanzará o no mantendrá un mínimo aceptable (deficiencias psíquicas o físicas graves, enfermedades degradantes del organismo, ancianidad avanzada, etc).
Debe quedar claro que la eutanasia no es una forma de ejercer la Medicina, sino una forma de homicidio. Incluso, podemos decir que la eutanasia es la negación de la Medicina, porque la razón de ser de ella es la curación del enfermo, en cualquier fase de su dolencia. La eutanasia, por el contrario, consiste en la deliberada decisión de practicar lo opuesto a la Medicina: es dar muerte a otro, aunque sea bajo una presunta compasión. Cualquiera es perfectamente capaz de advertir la diferencia sustancial que existe entre ayudar a un enfermo a morir dignamente y provocarle la muerte.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, refiriéndonos al caso de enfermos terminales y ante la inminencia de una muerte inevitable, médicos y enfermos deben saber que es lícito conformarse con los medios regulares que la Medicina puede ofrecer, y que el rechazo de los medios excepcionales o desproporcionados no equivale al suicidio o a la omisión irresponsable de la ayuda debida al otro, sino que significa sencillamente la aceptación de la condición humana, una de cuyas características es la muerte inevitable.
De lo que se trata es de evitar lo que se llama “encarnizamiento terapéutico”, esto es, la actitud de médico que ante la certeza que le dan sus conocimientos, y sabiendo que las curas o los remedios ya no proporcionarán beneficio al enfermo insiste en aplicarlas, y estas solo sirven para prolongar su agonía inútilmente. Por otra parte, es legítimo que un enfermo moribundo prefiera esperar la muerte sin poner en marcha un dispositivo médico desproporcionado a los insignificantes resultados que de él se puedan conseguir; como es legítimo también que tome esta decisión pensando en no imponer a su familia o a la colectividad unos gastos desmesurados. Esta actitud, por la ambigüedad del lenguaje, podría confundirse, para los no avisados, con la actitud eutanásica. Pero existe una diferencia absolutamente esencial: la que va de la aceptación de la muerte inevitable a su provocación intencionada.

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Un nuevo padre. Pa-paternidad

Algunos autores llegan a sostener que el hombre ha sido desposeído de su paternidad y que el varón es el “sexo débil” de hoy. “Hemos pasado del reino de los padres al reino de las madres” (Sullerot, 1992). “Lo que yo deseo -escribe esta feminista- es tratar de comprender y explicar el ocaso de los padres al que asistimos en la actualidad, ocaso que afecta a la vez su condición civil y social, su papel biológico en la reproducción, su papel en la familia, su imagen en la sociedad, a la idea que se hacen ante sí mismos de la paternidad, de su dignidad, de su deberes y de sus derechos, a su propia percepción de su identidad como padres, al modo como sienten sus relaciones con las madres de sus hijos y con las mujeres, y a la forma en que imaginamos el futuro de la paternidad (...). La madre se ha convertido en un progenitor completo que desempeña todos los papeles; el padre es aún un progenitor insuficiente”.

Sullerot, pues, defiende la necesidad del nacimiento de un nuevo padre. Se trata de un padre que nunca más sea desterrado de su escenario natural que es el hogar, porque el hijo, sobre todo el varón, necesi-ta de la presencia emotiva, cognitiva, espiritual y, por supuesto, física del padre.

Sin embargo, nuestro mundo parece organizarse de forma contraria a la necesaria presencia del padre. Una de las circunstancias que más directamente está implicada en la ausencia del padre es el divorcio. Con este, se ha aumentado el número de familias monoparentales en las que, con mucha frecuencia, el padre es el gran ausente. Por poner un ejemplo, en Estados Unidos diecisiete millones de niños viven en familias constituidas por un solo padre; en el 90% de esos hogares el padre está ausente.

En México, en un tercio de las familias mexicanas está ausente la figura paterna, y en el resto, donde los varones sí están presentes y sus esposas trabajan, solo la cuarta parte colabora en las labores domésticas y el cuidado de los hijos, (INEGI 2000 http://www.hazpolitica.org/noticias/index.phtml?id=64). Al cuidado de ellos, los esposos invierten en promedio 12.5 horas semanales, y sus cónyuges, 21 horas.
No cabe duda de que el hecho que el hombre sea el que mayoritariamente lleva los recursos necesarios para sacar adelante a la familia hace que se aleje muchas veces de esta. Si tenemos en cuenta el horario laboral y las distancias que separan al padre de su casa, especialmente en las grandes ciudades, es lógico que su presencia en el hogar esté muy limitada. Pero muchos padres están ausentes más de lo que debie-ran y no les falta la junta imprevista en la oficina que sirve de coartada fácil para irse a tomar algo con los amigos o para huir de los problemas que se presentan en casa.

Pero estos datos están lejos de indicar de modo taxativo que esta es la situación general de todos los padres. Hay muchos que día a día pelean por llegar a tiempo a casa, por evitar un viaje de trabajo en el único fin de semana que se tiene para disfrutar con la familia, que buscan compartir con su mujer la responsabilidad de educar a sus hijos. Estos papás saben que su paternidad es una tarea muy enriquecedora para los hijos.

La tarea de papá
La influencia del padre en sus hijos comienza ya desde el embarazo. En esas etapas iniciales, el hijo percibe mucho la influencia del padre. Collin y sus colaboradores (Dunkel-Schetter, Lobel, Scrimshaw, 1993) mostraron que el apoyo recibido del padre del niño durante el embarazo estaba relacionado con la escala de Apgar del bebé (puntuación física del estado del bebé en el momento después del nacimiento).

Por otra parte, está comprobado que aunque los padres en general dedican menos tiempo que las madres en la relación con sus hijos, sin embargo, la calidad de estas interacciones es diferente. Las madres se orientan a actividades que van más ligadas al cuidado de los hijos (cf. Kotelchuck, 1976), mientras que los padres tienen una mayor habilidad para interactuar con sus hijos en lo relativo a actividades sociales y de juego. Lo anterior ha sido verificado en padres australianos e ingleses (cf. Rusell, 1982; Richards, Duna y Antonis, 1977). De esto se deduce que, en este aspecto, el comportamiento del padre es más activo y estimulante para el desarrollo de los hijos.

Por poner un ejemplo, nos puede resultar interesante analizar la interacción de los padres en el primer año de vida. Por su parte, las madres estimulan más el desarrollo verbal, mientras que los padres emplean recursos como los movimientos físicos y los juegos creativos (Power y Parke, 1981; Pedersen, Anderson y Cain, 1980).

De modo que los hijos aprenden de sus padres un modelo de comportamiento más apropiado para las actividades físicas, también los padres desarrollan más el interés del hijo por el conocimiento de las cosas (desarrollo cognitivo).

Y es que la dedicación del padre a la educación de los hijos no solo pasa por el comportamiento y el ejemplo apropiado como progenitor (responsabilidad, honradez, etc.), o por la necesaria relación paterno filial (comunicación, atención a los hijos), o por el compartir más o menos las responsabilidades parentales con la mujer (ayudar en las tareas del hogar, entre otros), sino por ser, junto con su esposa, el primer y más cercano educador de su hijo.

Esta tarea no es fácil, y está hoy salpicada de dificultades, pero los padres están en condiciones de aceptar este reto. Para satisfacerlo cumplidamente, hoy surgen iniciativas que apoyan, desde distintos ángulos, las tareas propias de la paternidad. Existen escuelas de padres, cursos en universidades sobre matrimonio y familia o institutos como el Papá-Institut (Daddy Institute http://www.papainstitut.de/english-abstract/vaeter/work-life-balance/daddy-institute-for-good-fatherhood.html) de reciente fundación (2007), creado para ofrecer servicios que promueven la buena paternidad. Este instituto en concreto, incluye el desarrollo de proyectos, asesoría y consejo para políticos y organizaciones o padres de familia; brinda comunicación interdisciplinar que liga teoría con experiencia; sugiere publicaciones y lecturas, entre otros.

Este tipo de institutos y, en concreto el Daddy Institute, se fundamentan en bases científicas que demuestran que:

  • Los hijos de padres dedicados son más felices y se desarrollan mejor.
  • Los cónyuges de padres activos pueden desarrollarse mejor en su trabajo.
  • Los padres que combinan armoniosamente familia y trabajo son más felices y están más motivados.

Detrás del Daddy Institute se encuentra un papá: Eberhard Schäfer, nacido en Berlín, Alemania, en 1962. Graduado en Ciencias Políticas (1991, Freie Universität Berlin), desde el año 2002 dirige el proyecto Family Education for Fathers (Educación fami-liar para padres). Entre sus diversas obras destaca Il manuale del papa (El manual del papá).

Este instituto es un ejemplo de como hoy los padres varones quieren acompañar y educar a sus hijos de modo activo y quieren dedicales lo mejor de su tiempo para mostrarles todo su amor. Su ejemplo no se puede quedar en el vacío. Nos encontramos en el tiempo adecuado para desarrollar, entre todos, políticas y sistemas de educación y de trabajo más acordes con la trascendente tarea de la paternidad.

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Donación de órganos, un regalo de vida

"Una persona puede salvar o mejorar la vida de otras 12 personas".

Un trasplante de órgano exitoso es un hecho extraordinario, en el que el paciente recupera la vida con mejores condiciones de salud, y el donante proyecta la suya en la esperanza que sostiene un acto solidario que tras-ciende la vida que conocemos.
La Organización Nacional de Donación y Trasplante (ONDT) del MINSA confirma que solo en Lima existe una larga lista de espera que no pueda ser atendida. Unas cinco mil personas esperan por un órgano para poder vivir.
A continuación presentamos los testimonios de personas que sufrieron de cerca esta situación y hoy están dedicados a que más personas acepten dar un regalo de vida: ser donantes de órganos.

Faltan donantes y una legislación adecuada
José Quevedo O. tenía el hígado tan deteriorado por una grave afección que los médicos diagnosticaron un año de duración funcional a este complejo órgano. La solución era un trasplante al que deci-dió ser sometido, y se preparó para ello.
Tras la intervención quirúrgica recuperó la salud y su vida cambió. Desde hace trece años su principal dedicación es su familia, pues descubrió que no es lo económico sino el vivir los valores, los que te permiten una vida feliz. Con su testimonio, Pepe -como lo llaman sus amigos- nos exhorta a ser “de los pocos que pueden dar un regalo de vida”, a ser un donante de órganos.
¿Cómo asumió el diagnóstico que necesitaba un trasplante de órgano?
Fue en el Jackson Memorial Hospital de la Universidad de Miami donde me dijeron en forma terminante que mi alternativa de vida era un trasplante hepático, y que mi hígado tenía más o menos un año de duración funcional. En ese mismo instante, ante la pregunta del médico si estaría dispuesto, tomé la decisión inmediatamente y fui revisado por el médico jefe de transplantes del hospital, que me dijo: "Nos vemos sobre la mesa" y pasé a lista de espera. Era el 1º de setiembre de 1995.
¿Qué recomendaría a las personas en dicha situación?
Los pacientes con cirrosis hepática de cualquier índole deben tomar la decisión en el acto, sin cobardías; si desean seguir viviendo deben ir a un gastroenterólogo especialista en hígado, hepatólogo (no hay muchos) y hacerse los análisis para llegar al transplante en óptimas condiciones… y no en la última fase, donde casi es imposible la supervivencia. Al paciente que duda o esté con indecisiones se le debe respetar su decisión de morir.
¿Por qué ser donante voluntario de donación de órganos?
Ser voluntario de donación de órganos, te eleva a un estatus superior, te convierte en uno de los pocos que puede dar un regalo de vida. Para la familia del donante es sentir que parte de su ser querido aún vive en otro cuerpo, que gracias a la do-nación, otro ser humano puede tener otra oportunidad de vida.
Desgraciadamente, esto no sucede con frecuencia en nuestro país, donde no se respeta la intención del donante. En muchas ocasiones es la familia del fallecido, consternada por el dolor, la que toma la decisión de no donar. De igual forma, en las clínicas particulares no existe una persona encargada de plantear esta opción, ni se brinda información adecuada para que Procura, asociación encargada de recibir los órganos, pueda hacer todos las gestiones necesarias, con la debida anticipación y recibirlos antes que comiencen a deteriorarse. Lamentablemente, también nos hemos topado con un sinnúmero de parientes que, aun muerto su ser querido, pretenden ganar algo a costa de él, diciendo ¿“y yo que gano”? Que Dios los perdone.
¿Qué significa hoy la vida para usted?
Mi vida hoy después de casi 13 años de transplantado, es otra. Arreglé toda la parte económica y luego me dediqué a mi familia, a mi hija, a forjar un futuro diferente donde los valores sean los que te permitan ser feliz, hacer feliz a tu familia, reencontrarte con Dios y ser su amigo, sin dejarle de agradecer nunca por lo que te dio, preguntándole que más puedes hacer por tus hermanos.
¿Qué opina su familia?
Mi familia siempre me apoyó, la verdad es que no estaría aquí si no hubiera sido por mi esposa, mi hija, mi madre y demás familiares que siempre estuvieron pendientes de mí. Ahora me toca el darles felicidad, el decirles cuánto los quiero y tratar de que ellos comprendan también qué linda puede ser la vida si sabes cómo vivirla.

Vivir con esperanza en un mundo incierto
Valeria Cevallos tenía 19 años cuando la vida la sorprendió. “Con todo el mundo por delante”, como se suele decir a los jóvenes de esa edad, la realidad no consideró sus planes de un futuro de éxito y la golpeó de frente. Como ella misma comenta, después de saber que el único riñon que le funcionaba solo trabajaba al 17%, que necesitaba un trasplante renal y someterse a un tratamiento de 4 veces al día de diálisis, decidió seguir las indicaciones médicas “aunque no sea tan fácil”.
Fue entonces cuando las interrogantes empezaron, y no había respuesta... “¿por qué a mí?”. “Es difícil cuando el futuro se ve incierto, casi opacado, cuando sientes que en verdad cada segundo cuenta”.
“Llenarte de limitaciones a esa edad son frustraciones que pueden dejarte sin esperanzas” afirmaría con el tiempo. Sin embargo, ella misma relata que fue Dios quien le enseñó a sacar esa fortaleza que todos llevamos dentro. “Tenía que tenerla por mí y por la gente que me ama”, añade.
Valeria comenta que “la parte más difícil es la gran espera, entrar en una larga lista a la que miles de personas que necesitamos un trasplante nos aferramos”. “Es como entrar en un juego de azar donde lo único que no se puede perder son las ganas de seguir luchando”. Fueron muchos años de sufrimiento, angustia y miedo. Pero al fin llegó el trasplante. “Alguien que no conozco fue quien me salvó la vida”, cuenta muy agradecida por esta persona que decidió donar “algo de ella para salvarme a mí”.
“Ahora tengo la oportunidad de estar con la gente que amo, y sobre todo de ha-cerles saber la importancia de recibir un traplante, y ser capaz de alcanzar lo que deseo porque estoy viva”, refiere.
Miles necesitan ayuda
“Lamentablemente –continúa- el sufri-miento no era solo mío, sino también el de mucha gente que sigue esperando. Miles de niños, jóvenes y adultos que necesitan de un trasplante”. “Niños que incluso antes de tener uso de razón ya padecen a la espera de un donante, y jóvenes que tienen que renunciar a sus estudios para seguir con un tratamiento que conlleva enormes sacrificios”, señala Valeria.
No es extraño tampoco ver a personas adultas y especialmente a ancianos que por falta de donantes se les niega la posibilidad de recibir un trasplante para atender a los más jóvenes, y deben resignarse a esperar algo que quizá no llegue.Desde hace seis años Valeria Cevallos es una paciente trasplantada renal. En la actualidad ella sigue participando en diversas campañas a favor de la donación de órganos en nuestro país.

Situación de los pacientes
La Dra. Carmen Constanza Fajardo Ugaz, médico cirujano cardiovascular y de torax, master en Administración de Servicios de Salud, master en Organización y Gestión de Trasplantes, nos brinda un alcance sobre el panorama de los pacientes que, a pesar de todo, aguardan con expectación la siempre buena nueva de un donante solidario en nuestro país.
¿Cuál es la situación de las personas que están a la espera de un donante?
Son pacientes con enfermedades terminales que en algunos casos, como los renales, están permanentemente dependientes de una diálisis para seguir viviendo; mientras que otras van empeorando día a día.
¿Cuántas personas pasan actualmente por este problema?
No hay estadísticas exactas pero el número de pacientes en espera de algún tipo de trasplante, listos para recibirlo, es aproximadamente de 300. El número total es mayor, pero deben pasar por una serie de estudios previos a entrar a la lista de espera.
¿Por qué es importante ayudarlos?
¡Porque de nuestra ayuda depende su vida! y aunque uno se encuentre en un momento muy doloroso, el donar los órganos de nuestro familiar muerto es un acto de amor, de solidaridad para con nuestros semejantes.
Ante la gravedad de estas circunstancias ¿cómo se las alienta y se les motiva?
En este tema el papel de la familia es muy importante, pues el paciente no solo necesita el apoyo médico sino también el apoyo psicológico. Se les puede hacer participar en actividades de difusión de la donación y trasplante.
¿Cómo debemos hacer para inscribirnos como donantes voluntarios?
Al momento de sacar o cambiar el Docu-mento Nacional de Identidad (DNI), la persona debe manifestar que quiere ser un donante de órganos. Pero más importante aún es que se lo hagan saber a sus familiares, para que estos cumplan su voluntad.
¿Cuál es el procedimiento médico a seguir, una vez ubicado el donante?
Cuando la familia acepta, se inicia el proceso de donación y trasplante. Al donante se le realizan los análisis requeridos y se convoca al equipo que realizará la ablación de los órganos.
¿Cómo se maneja a los familiares del paciente terminal que se registró en su DNI como donante, para que decidan cumplir su voluntad?
Existe un equipo especializado en la solicitud de la donación, llamado Coordinador de Trasplantes, ya que hay que conside-rar el difícil momento que están pasando los familiares. Ayuda mucho la presencia del médico tratante.
¿En qué lugares del país están capaci-tados para realizar los transplantes?
En Lima están los hospitales Edgardo Rebagliatti, y el Guillermo Almenara; el Aguinaga de Chiclayo, Carlos Seguín de Arequipa, y el hospital del Cuzco. Todos estos pertencen a Essalud.

También está el Hospital Cayetano Heredia, y el Instituto Nacional de Oftalmología ( INO) que pertenecen al Ministerio de Salud (MINSA).

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jueves, 28 de mayo de 2009

Mimar sin engreir

"Es muy distinto dar valoración y cariño que volver a nuestros hijos esclavos de su temperamento".

Mimar y engreír son dos términos que con frecuencia se usan para calificar la misma acción: dar exceso de afecto y protección a una persona.. Sin embargo, hay diferencias sutiles entre ambas. Mimar consiste en dar cariño, caricias, halagos y tratar con mucho cuidado y delicadeza a una persona, en cambio engreír es consentir excesivamente y tratar con demasiada condescendencia a alguien. Ambos términos se usan más en referencia a nuestro trato con niños.
Todos los niños necesitan, para crecer sanos y emocionalmente estables, sentirse queridos y aprobados por las personas importantes en su vida. Esto ellos lo deducen de la forma como son tratados, son atendidos, son estimulados y son reconocidos como especiales. Necesitan recibir caricias y abrazos, frases cariñosas, estímulos positivos, y ser atendidos y complacidos en sus especiales necesidades y deseos. A esto llamamos mimar.
En cambio, lo que hacen algunos padres y abuelos, que es sobreproteger, implica hacerles cosas que ya están en condiciones de hacer por sí mismos, tomar por ellos decisiones y elecciones, dejar pasar situaciones que requieren correctivos. Decirles “sí” a un montón de peticiones que deberían ser “no” para evitar que sufran, y quitarles las piedras del camino se consi-dera engreír desde su alternativa negativa. Esto los lleva, lejos de convertirlos en personas estables, responsables y dueñas de su vida, a ser esclavos de su temperamento al formarse en ellos la idea irracional de que han venido al mundo a pasarla bien, sin renuncias, sacrificios, to-lerancias ni metas que lograr por su propio esfuerzo.
Padres muy indulgentes, demasiado “buenos”, que temen traumatizar a sus hijos si no los atienden de inmediato, padres que no soportan ver lágrimas en los ojos de sus hijos, a los que trastorna verlos sufrir y por ello viven co-rriendo y gastando hasta lo que no tienen con tal de “verlos felices”, están bloqueando el camino que los lleva a ser adultos independientes y autosuficientes. Para llegar a la Inteligencia Emocional que se requiere enfrentar las vicisitudes de la vida sin refugiarse en drogas, alcohol y otras evasiones, es importante comenzar desde temprano a no engreír sinó mimar, a no quitarles las piedras del camino sinó permitir que lloren mientras aprenden a quitárselas con sus manos. Solo así lograremos que cuando abandonen nuestras casas para iniciar sus vidas, tengan la fuerza interna para negarse deseos innecesarios, resistiendo a la presión de la inmadurez y el consumismo, y a llevar las riendas de sus decisiones con respon-sabilidad y persistencia.

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La abuela, la gran conciliadora

"Reflexiones de una abuela que aporta en el cuidado de los nietos con mucha prudencia y sabiduría".

Leíamos en la prensa una noticia conmovedora: unos abuelos salvaban en un accidente ferroviario a sus dos nietos, de 6 y 8 años. Ellos dieron su vida al proteger con sus cuerpos los de los pequeños. Y pensé en tantos otros abuelos que también la dan minuto a minuto, día a día, para que los hijos de sus hijos reciban ternura y afecto ante las ausencias de los progenitores. Seguramente, los abuelos, que murieron con tanta generosidad, también habían dedicado mucho de su tiempo a aquellos pequeños.
Hoy se habla desde el punto de vista médico del “síndrome de la abuela esclava”. La abuela que sólo piensa en los hijos, que no se atreve a decir que está agotada por el exceso de responsabilidades en que se encuentra inmersa, y que no se queja porque tiene miedo de no ser útil, en esta situación, puede acabar enfermando. Es posible que eso suceda porque las abuelas siguen teniendo el mismo espíritu maternal de cuando eran madres (se dice que “son dos veces madres”). Pero, debido a la edad, les cuesta más recuperarse del esfuerzo físico y psíquico.

Saber ser abuela
A la hora de hablar de ayuda, es mejor utilizar la palabra compartir. Compartir con el abuelo. Compartir a los hijos. Compartir a los nietos. Por lo tanto, compartir el trabajo, compartir las aficiones, compartir los buenos momentos y los no tan buenos, compartir lo que se es, lo que se tiene y los conocimientos que se adquieren por la edad.
Cuando se sabe pedir complace al otro porque puede compartir. Cuando pedimos un favor, de hecho estamos haciendo otro favor. Las abuelas han de saber pedir ayuda a tiempo, antes de que por agotamiento no puedan hacer nada más. Y los hijos jóvenes, que necesitan de la abuela, tienen que estar más atentos a sus necesidades afectivas y físicas y agradecerle lo que hace por ellos.
Para ser buena abuela hay que tener una actitud positiva, para resolver problemas sin susceptibilidades, y una actitud participativa para saber dar y recibir. No fuera el caso que estuviéramos paseándonos por casa diciendo: “pobrecita de mí, cómo sufro y lo poco que me quejo”. Desde mi punto de vista, es muy importante el siguiente punto: para transmitir serenidad y paz al matrimonio joven se debe ser muy prudente y no interferir en sus relaciones. La autonomía y la independencia de los hijos casados tienen que valorarse mucho, así como los objetivos educativos que tengan para sus hijos estos deben respetarse; la responsabilidad es de ellos y no de los abuelos. Este hecho no excluye que cuando los nietos estén en casa de los abuelos tengan que seguir el orden material que sea costumbre en la casa de los mayores. En este tema, para no tener problemas generacionales, debe mantenerse una buena comunicación entre abuelos e hijos, sabiendo pasar por alto pequeñas banalidades, distinguiendo lo que es esencial de lo que es accesorio.

El hábitat natural de la persona es su fami-lia. Por eso, se hace patente que allí donde, prioritariamente la gente mayor se puede encontrar realizada, es con los suyos. No puede centrarse en ella misma, ni hablar siempre de que las cosas han cambiado demasiado, sinó que debe adaptarse con flexibilidad a estos cambios. Todos hemos visto la afinidad que hay, en muchas ocasiones, entre un adolescente –la edad de más inseguridad– y sus abuelos. Ver la felicidad de los abuelos que, midiendo sus fuerzas, son capaces de dar toda su sabiduría y ternura a los pequeños que van llegando a este mundo da mucha alegría.

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