"Papá y mamá tienen una labor insustituible y una gran responsabilidad en esta tarea".
En los dieciséis años que tengo como profesor y orientador he visto pasar por las aulas un gran número de alumnos, chicos y chicas, que viven, digamos, con distintos grados de “intensidad”. Los ha habido voluntariosos, generosos, tenaces, pero también indolentes, inconstantes y dejados. Comprometidos con su mejora personal o, por el contrario, irresponsables con ellos mismos. A este último grupo les he llamado los “medio queredores”, poseedores de una voluntad dividida y, cuando no, debilitada. Es así que están los que dicen que quieren, pero no hacen. Tienen el buen deseo de mejorar su rendimiento escolar y su comportamiento familiar, pero hay otros deseos que lo invalidan o disuelven antes de llegar a convertirlo en acto; “quisiera pero en realidad no quiero”. Otros, quieren y no lo hacen bien; tienen buena intención, tienen el deseo y quieren realizarlo, pero… no utilizan los medios adecuados. En realidad, quieren que sus medios y planes de mejora –si es que los hay– sean los válidos. Pero hay un tipo de “medio queredor” que al parecer ha nacido de nuestra cultura “light” y acomodada, y corresponde al copioso número de bien intencionados que se entusiasman en un inicio, toman decisiones, a veces duras y costosas, se comprometen ante sus padres y maestros, pero al poco tiempo todo se les hace cuesta arriba y terminan abandonando la carrera. Son engreídos. Los vocablos “sacrificio”, “entrega” y “renuncia” los vuelven pequeños, débiles y timoratos…, sin saber que no toda la culpa es de ellos.
La voluntad se forja desde los primeros años de vida y, por ende, los padres tienen una labor insustituible y una gran responsabilidad. La disposición al trabajo, el orden exterior e interior, el dominio del cuerpo y de las emociones, el ejercicio mental constante, el estudio, la conciencia del deber, la adecuación a las formas sociales establecidas, la superación de los propios límites, requieren de una libertad ganada con esfuerzo y una voluntad firme, capacidades que se van forjando desde el hogar, con la colaboración conjunta de los padres. Se trata aquí de desterrar del corazón y del estilo familiar (se podría hablar tanto de esto…) la nociva “ley del gusto-disgusto” (“hago lo que me provoca y dejo de hacer lo que me disgusta”) y la “ley de la mezquindad” (“hasta aquí nomás”, ”esto ya es demasiado”).
Uno de los problemas en la actualidad es que los padres se preguntan constantemente “cómo hacer de padres”, sin percatarse de que se trata de ser padres, ser auténticos, ser ellos mismos. Ser padre implica el compromiso por ser mejor persona cada día, sacar lo que uno lleva dentro (mezcla de sabiduría cultural e intuición), beber de la fuente de su propia paternidad y maternidad, conjugando estas formas en un proyecto de vida para cada hijo. El objetivo debe estar claro y el camino lo deben trazar siendo conscientes de esa maravilla formativa que es la complementariedad.
¿Cómo ayudan papá y mamá en la forja de la voluntad de sus hijos?
Esa es la pregunta que nos interesa responder ahora. Mucho se puede decir, pero les dejo por ahora algunas pinceladas que he podido corroborar asesorando a familias con hijos de diversas edades.
Un hombre en crecimiento, sea niño o adolescente, necesita la presencia de su padre. Ella puede ser física o espiritual, real o imaginaria; el padre puede pasar horas con él o escasos minutos pero su “peso” humano es tal… que marca el corazón de sus hijos. El niño copia los gestos de su padre, sus disposiciones anímicas hacia el trabajo o el ocio, hacia la diversión o hacia temas serios. Junto con esta presencia, hace memoria de su vida y la de su familia, trae al hogar la realidad del mundo que aún no conoce del todo. Papá se convierte así en el primer cartógrafo y le señala a su pequeño por dónde espera él que avance en la vida y cuáles deben ser sus conquistas. La firmeza y solidez con que se manifieste ayudarán a que el niño entienda la existencia de normas que se deben cumplir “sin chistar” y con las que se emula, de paso, al padre que las vive. El amor, que es la fuente y el motivo de toda educación, se traduce en el padre como exigencia y severidad en su justa medida. La inclinación natural al raciocinio ayudará a hacer consciente a cada hijo de su situación, le permitirá autoevaluarse periódicamente y proponerse objetivos para mejorar en tal o cual virtud. También lo ayudará a categorizar esas ideas parásitas negativas o erradas que muchas veces aparecen y que impiden el fortalecimiento de la voluntad. La firmeza en las resoluciones servirá de ejemplo para guardar una conducta coherente y así sembrar hábitos buenos que luego se convertirán en virtudes.
Las madres también tienen lo suyo… ¡Y en qué medida! Tanto así que se ha dicho en muchas oportunidades que el hombre aprende a ser padre mirando el ejemplo abnegado de su esposa. Los atributos femeninos son innumerables. No por gusto se le ha denominado a la mujer “el continente misterioso”. Y cuando ella se transforma en madre, estos dones se potencian a tal punto que, incluso en algunos casos, podemos hablar de una auténtica conversión. Muchas mujeres lo han vivido y los esposos dan fe de ello. La maternidad tiene un lugar privilegiado en la forja de la voluntad de los hijos. La sensibilidad especial de las madres ayuda a cuidar hasta el mínimo detalle. Si tal vez al hombre (más inclinado a teorizar y a lo abstracto) se le escapan algunos aspectos del comportamiento de sus hijos, a la mujer no. Ella despliega su labor envolvente y su influencia sutil para concientizar a sus hijos en el amor por la verdad y por el bien. Partiendo de lo concreto, de lo habitual, del día a día que ella observa desde un interior en reposo y presto para la acogida. El amor se traduce en ella en comprensión, indulgencia, persuasión y atención a los detalles. Y la escuela de la voluntad lo exige: firmeza y comprensión son el binomio perfecto para una buena formación del carácter.
Es muy cierto que nadie nace sabiendo ser padre o madre, y es por esta razón que debemos confiar en lo que ya somos y seguir diligentemente el curso ultraintensivo al que nos lanza la paternidad. El cómo se conjugan las fuerzas masculinas y femeninas es algo que cada pareja debe aprender, con la confianza en que las carencias de uno son las fortalezas del otro, y viceversa. Y, cuando un buen día, a mamá el corazón “le gane” y no pueda aplicar en su niño la recomendación tan sabia de Confucio: “Educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío», de seguro saldrá papá presto para apoyarla y hacer realidad en la práctica lo que tantas veces conversaron sobre la formación de sus pequeños.
viernes, 29 de mayo de 2009
Forjar la voluntad de tus hijos: Un trabajo en equipo
El mejor salto: de la calle a la escuela
Pandillas, drogas y delincuencia. ¿A qué nos remiten estas palabras? Tristemente, a jóvenes que muchas veces se pierden, arrastrados por esas tragedias. Pero hay otra historia escrita entre cerros y en la ciudad, con el entusiasmo de aquellos que no se dejan vencer. Siempre hay alternativas, esta vez con acrobacias y pasos de baile.
Luis Soto Arcela (24 años) hijo de una familia pobre, trabajó en varias empresas, pero no era lo suyo. “Me sentía una máquina más”, afirma. En paralelo, bailaba, “incluso en la calle, por muy poco… a veces por nada”, recuerda. El baile fue su motivación, pero él quería más, aprender y enseñar…
Fue en Mi Perú, Ventanilla (donde vive), que conoció a los “Ángeles D1”, y tras una exigente prueba pudo formar parte de ellos. “Mi vida cambió totalmente”, refiere.
Ricardo Gálvez, director de la Escuela “Ángeles D1”, comenta que este proyecto brinda a los jóvenes la posibilidad de convertir su afición al baile en una profesión. Para ello, ofrecen un programa becado de formación integral a niños y jóvenes de entornos desfavorecidos de Lima, en una apuesta por la Educación por el Arte.
Como complemento a la educación escolar tradicional, los adolescentes reciben clases de baile moderno y hip hop de reconocidos profesores y coreógrafos de Estados Unidos, y realizan presentaciones artísticas en diversos eventos y colegios.
Donar lo recibido
Luis Soto aprendió mucho más, encontró a jóvenes como él, pulió su técnica de baile, reforzó valores y se le inculcó las ganas de comunicar todo lo recibido. “¡Y eso es lo que hago ahora!”, dice emocionado al referirse a las clases que da a niños de la zona y como “tallerista” de Desarrollo por el Arte.
Luis es consciente de estar aportando un cambio. “Es la respuesta a la oportunidad que se me brindó”, responde agradecido, pues en su familia lo apoyan. “Tengo lo más grande que pueda recibir de ellos: su entusiasmo, apoyo moral, aceptación y cariño”.
También brinda su testimonio en los proyectos de orientación que –gracias al auspicio de Repsol YPF– Ángeles D1 y la Asociación Creada Especialmente Para Trabajar con Adolescentes (ACEPTA) desarrollan en colegios públicos de Ventanilla con presentaciones artísticas y charlas.
“Los chicos me reciben bien. Me los gano cuando les cuento que soy de la zona, que estudié en Ventanilla”. “Allí –refiere Luis– les digo que confíen, que vayan hacia adelante sin drogas, sin alcohol y sin violencia, y que sean fuertes para afrontar todo y luchar por sus sueños. Que no se dejen truncar por nada, ni por la pobreza”.
Fuerza de voluntad
“La fuerza de voluntad es el motor en todo esto”, afirma Luis, aficionado también a la pintura y a la escritura. “La dedicación le permite a uno mismo elegir qué ser. Hay cosas que parecen imposibles, pero aprendí a verlas de otra manera, desde otro ángulo”. Antes de Ángeles D1 Luis imaginaba hacer todo lo que hace ahora, pero no lo creía posible.
Educar en libertad y fijar límites: son compatibles
Los niños necesitan pautas claras y definidas para poder crecer seguros, necesitan de un referente o modelo que les enseñen cómo actuar y resolver obstáculos.
Cuando eres padre o madre, una de tus principales funciones es educar a tus hijos. Descubres que, en el proceso, debes enfrentar al menos dos retos: tus propias incertidumbres y la particularidad de cada uno de tus hijos.
La educación de los hijos es uno de los temas que más inquietudes genera en los padres. Y es que no existe un manual definitivo porque cada hijo es una realidad muy particular.
Para simplificar, es bueno empezar observando el principio “¿Qué es educar?”
Educar tiene dos raíces etimológicas: por un lado significa “traer fuera lo que se halla oculto” , o, en otras palabras “desarrollar todas las capacidades y facultades de forma libre y consciente, sacar lo que potencialmente se es para caminar hacia la plenitud”.
Por otro lado, también significa “nutrir, alimentar, actividad de promoción activa para que otro saque todo lo que tiene en sí”.
Para educar, primero hay que respetar la particularidad de cada hijo. Como padres, estamos llamados a sostener, guiar, para que nuestros hijos puedan crecer desplegando los dones que traen desde su singularidad. Para eso necesitamos cariño y firmeza.
Se dice que somos la principal fuente de educación. Es así por dos elementos propios en nuestra relación con nuestros hijos: el vínculo afectivo y el ejemplo. En esto radica la importancia de nuestra influencia como padres. De ahí que la familia siga siendo el principal agente educador, que deja la huella más profunda en la persona. La educación en la familia se da en un entorno fuertemente afectivo, donde las relaciones entre padres e hijos tienen la cercanía de lo cotidiano, de la intimidad, de la cercanía física y emocional a través de las diferentes etapas del desarrollo.
Aprendamos a ser autoridad
Ser autoridad implica hacerse responsable y, por tanto, ser soporte, punto de apoyo. Es un sostener para que el que es sostenido crezca. Sostenemos dando contención a nuestros hijos, trasmitiéndoles no solo conocimientos sino también valores, creencias, actitudes, habilidades sociales, hábitos de conducta y el espacio para que puedan ser lo que están llamados a ser.
La educación que impartimos, por el vínculo afectivo y testimonial, no es una educación cualquiera, es un legado que será la herencia para nuestros hijos, porque marcará su manera de entender y enfrentar la vida.
El reto es saber sostener, apoyar, guiar a cada hijo para que crezca desde sus características particulares. Podemos seguir unas mismas pautas pero el modo de aplicarlas va a variar según cada hijo e hija.
Algunas recomendaciones al momento de educar:
1. Perder el miedo a ser autoridad. No hay educación sin autoridad. La autoridad tiene como objetivo la libertad de la persona. Por lo tanto, la autoridad paterna y materna debe ser ejercida desde el cariño, el respeto, el estímulo y la paciencia, para favorecer el crecimiento y despliegue de hijos e hijas.
Algunos tips: siempre hablar claro, establecer pautas claras y ser coherentes entre lo que se dice y se hace. Todo esto, en un contexto de afecto.
2. Vivir el respeto. Si educamos teniendo como centro la persona, debemos esforzarnos en vivir el respeto Porque en el acto de educar prima el deseo de entender qué necesita el niño para que pueda cumplir nuestras indicaciones. La clave para corregir desde el respeto es hacer la corrección con el mismo tono de voz con el que conversamos con nuestro hijo. El tono de voz y la actitud de cercanía le permitirán reconocer lo que se espera de él sin que se sienta rechazado o poco querido.
3. Tener una actitud firme. Educar con firmeza es expresar las ideas y aplicar las medidas con seguridad y serenidad. La firmeza va respaldada por la convicción y, por lo tanto, por la acción. Cuando somos firmes no tenemos miedo de cumplir con lo acordado, porque sabemos que nuestro actuar está basado en el amor a nuestro hijo y que, por lo tanto, todo lo haremos para su bien. Desde un adecuado ejercicio de la autoridad, la firmeza es comprendida como claridad y seguridad en las pautas que se dan. Los niños necesitan pautas claras y definidas para poder crecer seguros, necesitan de un referente o modelo que les enseñen cómo actuar y resolver obstáculos.
A veces, por temor a perder el cariño de nuestro hijo o su amistad, dudamos en ser firmes o en cumplir con los límites establecidos. ¡Estrategia errada! Lejos de hacerles un bien, perdemos la oportunidad de que aprendan a autoconocerse y ser responsables, al entender que sus actos tienen consecuencias. Nuestra firmeza cariñosa trasmitirá a los hijos la tranquilidad que necesitan para sentirse seguros, porque saben que cuentan con alguien superior que los guiará con seguridad y fortaleza hasta que ellos puedan valerse por sí mismos.
4. Ser simples. La seguridad que transmitimos a nuestros hijos se refuerza cuando sabemos dar razones sencillas y lógicas a las normas que aplicamos, respetando su etapa de desarrollo. Con esta manera de educarlos deseamos que entiendan la razón de la conducta y la asuman como propia. Pero esto no significa que tenemos que explicar todas las medidas que establecemos. Si caemos en el diálogo tortuoso y prolongado, el acto por el cual queremos ejercer la autoridad pierde fuerza y corremos el riesgo de perdernos en otros temas.
Hay situaciones en las que, por ser repetitivas, por haber sido explicadas con anterioridad, o porque la situación exige una inmediata intervención, no es necesario explicarlas y se puede utilizar un argumento que descanse en el recto uso de la autoridad: “Por que soy tu mamá (o tu papá) y lo digo yo”. Esto solo se pude dar si los padres saben asumir su propio rol de líderes ante sus hijos, y dependerá de la seguridad con que ejercen este rol. Esta frase tiene sustento si existe un vínculo de afecto, respeto y aceptación sano entre padres e hijos.
5. Señalar el acto, no a la persona. Cuando corrijamos es importante diferenciar entre lo que ellos hacen y lo que son. Basta con señalar la conducta que se quiere cambiar y no poner calificativos al hijo o hija. De lo que se trata es de señalar la conducta y la situación. Así, el niño aprende a ver sus actos como simples “hechos” que pueden ser mejorados o cambiados y que no afectan su valía personal. Desde esta actitud le mostramos que creemos en él, en su capacidad de cambio y en su deseo de mejorar cada día. Si nuestros hijos entienden que podemos escucharlos y ayudarlos sin censurarlos ni rechazarlos, que son igualmente queridos cuando se equivocan, entonces podremos contar con su confianza, porque se reconocerán plenamente amados, aceptados y educados hacia la libertad.
6. Señalar lo positivo. Esta es una pauta muy conveniente, ya que así educamos desde lo que podemos dar o hacer. Sin embargo, no hay que olvidar que educar desde lo negativo, con frecuencia, nos resulta fácil. “No toques”, “no hagas esto”. El reto de educar en positivo nos exige pensar en alternativas, estar atentos a las habilidades de nuestros hijos para potenciarlas, ofreciéndoles estrategias inteligentes de solución o de acción. Educar en positivo implica señalar las buenas obras, los logros y el esfuerzo del hijo. Exige evitar las críticas y promover un lenguaje más objetivo y claro, centrado en la capacidad de crecimiento de cada uno, recordando que todo en ellos es potencia.
7. Ser libres. La convivencia nos deja al descubierto. Nuestros hijos conocen nuestras virtudes, defectos y equivocaciones. Aprender a aceptar nuestros propios errores de manera natural y llamar a las cosas por su nombre es un acto de humildad que no solo educa sino que forma a nuestros hijos en una sana libertad. Es una lección de humanidad. Reconocer nuestras limitaciones personales sin hacer un drama de ello, aceptar la crítica constructiva para mirar hacia el cambio positivo y tener la libertad de aceptarse es el mejor remedio contra el miedo al rechazo. Si nuestros hijos aprenden a verse como son y aprenden a aceptarse con naturalidad y libertad serán capaces de centrarse mejor en la solución de los retos futuros, ya que su valía personal no estará en juego. Entenderán que los errores son propios de cualquier proceso de aprendizaje y madurez hacia la adultez.
8. Hablar asertivamente. La comunicación asertiva implica tener madurez y conocimiento personal, para ser capaces de expresar con claridad lo que realmente queremos decir, sin interferencias de tipo afectivo que den lugar a malas interpretaciones o que generen incomodidad. Para esto, es bueno conversar como esposos, coordinar, aclarar ideas y desarrollar un discurso simple y coherente. La asertividad, al ser una habilidad que evidencia un grado de autocontrol y conocimiento personal, es un buen modelador de conducta para nuestros hijos.
9. Ser coherentes. No hay aprendizaje más efectivo y contundente que el que se vive. Cuando nuestros hijos ven que vivimos como predicamos tienen la certeza de que “eso que se predica es verdad”. “Papá sabe, mamá sabe”. Si nuestra coherencia de vida se da en torno a los valores, esta será la mejor herencia que podremos dejar a nuestros hijos. Además, la coherencia da seguridad y fortalece la confianza, ya que nuestro hijo o hija reconoce y ve que sus padres pueden vivir como enseñan, y que son felices así, por lo tanto “lo que dice papá debe ser verdad”.
Por último, no olvidemos que, si bien somos responsables de la educación de nuestros hijos, ellos son los verdaderos protagonistas del proceso.
No asumamos con preocupación esta tarea. Llevémosla a cabo centrados en el amor que les tenemos (que no es ceder a todo lo que nos pidan o evitarles algún fastidio) y con responsabilidad, instruyéndonos en estos temas para poder apoyar a cada hijo en su camino hacia la madurez personal.
¿Quién es el niño por nacer?
El año 2001 el gobierno del Perú, mediante el decreto legislativo n.° 27654, dispuso que el 25 de marzo de cada año, como ya se hacía en otros países latinoamericanos, se celebre el “Día del Niño por Nacer”. El motivo es llamar nuestra atención sobre aquel ser humano que en el seno materno espera abrir sus ojos al mundo una vez concluido su periodo de vida intrauterina. Todos hemos sido “niños por nacer”; sin embargo –para la mayoría de las personas– ese ser humano, cuyo hábitat transitorio es el cuerpo de la madre, sigue siendo poco menos que un misterio y se ignora mucho de su realidad. La ciencia, en los últimos años, ha ido mostrándonos cada vez más el rostro del niño por nacer, desde su edad más temprana.
Quizá, la primera pregunta que se debe responder es ¿desde cuándo existe –es decir, vive– este ser humano que llamamos “niño por nacer”? La ciencia reconoce y enseña que desde que se fusiona el óvulo de la mujer con el espermatozoide del varón en una sola célula surge esta nueva realidad, distinta a los progenitores, que los científicos –por razones de estudio– llaman embrión, el nuevo ser humano que inicia su existencia siendo una célula. Cuando consta de una sola célula el embrión es llamado cigote y tendrá un desarrollo continuo, coordinado y gradual, comandado por su propio genoma, lo que lo distingue como un individuo biológico único dentro de la especie humana. Pocos saben que en ese “día 1” de nuestra existencia, cuando estamos en el estadío de “cigote”, se establece la organización de nuestro cuerpo. En otras palabras, el eje de nuestro cuerpo –que en ese momento consta de una sola célula– se determinó antes de que “cumplamos 24 horas de vida”. Desde ese momento quedó establecido en cuál polo se formaría nuestra cabeza y en cuál nuestros pies, cuál sería la cara anterior y cuál la cara posterior de nuestro cuerpo. El embrión desciende de la trompa al útero, donde se anidará y proseguirá su desarrollo hasta el momento del parto. Durante ese descenso, que demora casi una semana, multiplica sus células y sostiene un fino diálogo de moléculas bioquímicas con el cuerpo de la mujer-madre que lo aloja; es decir, señales que van y vienen del uno al otro aun antes de que la mujer sea consciente de que ya es mamá. Hoy, la más adelantada tecnología de imágenes nos permite ver que a las ocho semanas de edad el rostro del bebé comienza a adquirir características propias que lo distinguen de otros bebés de su edad, y se le comienzan también a delinear las huellas digitales. Y cuando tiene nueve semanas de vida intrauterina se ve a un bebé que duerme, se chupa el dedo, se despierta y se estira, cuando a la mamá ni siquiera se le nota la “barriga”. A las diez semanas lo podemos ver saltando en el vientre materno; a las once, rascándose con los deditos de las manos claramente distinguibles, y a las doce ya se puede diferenciar por los genitales externos si estamos ante un niño o una niña.
Estos son algunos de los detalles sorprendentes que la ciencia nos ha revelado sobre ese ser humano que está en espera de nacer, esta es la realidad maravillosa que se invita a contemplar en este “Día del Niño por Nacer”. En los tiempos actuales, las circunstancias que rodean la generación de este nuevo ser humano pueden ser variadas y hasta dramáticas: podría haber sido querido o no deseado, quizá no esperado; podría ser fruto del amor entre los esposos o ser “consecuencia” de una violación sexual; podría haber sido generado en el calor de un hogar o en la fría irresponsabilidad e inconciencia de los “enamoramientos” o de las “libertades sexuales”; o podría estar en el seno materno, sobre una lámina de laboratorio o hasta en un congelador, a causa de la fertilización in vitro. Pero ninguna de estas circunstancias modifica la verdad científica, que se mantiene incólume y no cambia: estamos frente a un ser humano, tan valioso como uno ya nacido. Las circunstancias que rodearon su concepción no pueden anular ni cancelar la verdad del niño por nacer.
Actualmente se busca ocultar o confundir respecto a la verdad del niño por nacer para poder favorecer su libre eliminación mediante el aborto, en sus diferentes modalidades según su tiempo de vida. ¿Puede aceptarse la afirmación de que “nadie sabe cuándo se inicia la vida de un ser humano”? ¿O que en los primeros días de existencia no es un ser humano sino “un amorfo cúmulo de células”? ¿O que “es parte del cuerpo de la mujer”? También se intenta sistemáticamente subordinar el valor de la vida del niño por nacer respecto a la salud o cualquier otro interés de la mujer que es la madre. ¿Qué razón válida podría existir para causar la muerte directa de un ser humano inocente? ¿La seguridad económica de la madre? ¿Su futuro profesional? ¿Su salud mental? Porque el aborto, póngasele el disfraz que se le ponga, uno más falaz que el otro, siempre será esto: el asesinato de un ser humano inocente –por lo demás imposibilitado de defenderse o de huir– a manos de otro.
La realidad del niño por nacer nos invita a amarlo y defenderlo como un compromiso consecuente con lo que nuestra razón nos permite comprender de aquel ser humano que, en su fragilidad, es uno de nosotros.
Si no quieres perderla ¡Pon en forma tu memoria!
• Percy: 70 años, acaba de terminar una Maestría en Gobernabilidad. Jorge, 70 años, no logra recordar fechas ni nombres importantes.
• Carla: 75 años, hace crucigramas diariamente. Claudia, 71 años, le resulta difícil recordar rutas y caminos para movilizarse.
• Percy y Carla son personas que mantienen ágil y en constante entrenamiento su memoria, lo cual los ayuda a evocar información de manera eficaz.
Cuando la memoria falla se hiere la autoestima y se despiertan múltiples temores infundados. ¿Tendré un problema neurológico? ¿Será el comienzo de Alzheimer? Siempre debemos estar atentos y chequearnos, pero muchos de estos olvidos no se producen por una causa grave, sino debido a una falta de ejercicio de la memoria.
El uso de la memoria en la vida actual ha cambiado, la modernidad nos ha vuelto adeptos a comodidades que nos hacen dejar de ejercitarla, como por ejemplo el uso del celular. Antes de la llegada del celular almacenábamos en nuestra memoria los números de casa, de los hijos, los hermanos y algunos amigos… Y ahora, haga la prueba. ¿Cuántos números telefónicos sabe usted de memoria?
La memoria es como un músculo, se ve debilitada si uno no la cuida y ejercita. Es necesario cambiar el viejo mito de que cuando envejecemos es normal perder la memoria y que no se puede hacer nada al respecto. Investigadores del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (NIA), perteneciente a los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos de Norteamérica (NIH) revelan que la falla de la memoria no tiene por qué empeorar al envejecer. Dichas investigaciones aseguran que mantener activa nuestra memoria es la mejor arma para prevenir la pérdida de esta preciada función humana. Mantener la mente activa es la clave para lograr un buen funcionamiento general del cerebro.
Los recuerdos se forman en tres etapas: el registro (ingreso de información por medio de los sentidos), almacenamiento (cuando se fija y archiva en la memoria el recuerdo) y reproducción o evocación (cuando se busca en la mente la información que se necesita). Las alteraciones pueden estar presentes en cualquiera de estas etapas del proceso, por ello es importante estimular los sentidos, la memorización, propiamente, a través de asociaciones y ejercicios de evocación.
¿Qué puede hacer concretamente para mantenerla en forma?
Entrenar la memoria da grandes beneficios: se estimulan las actividades mentales adormecidas, mejora nuestra capacidad intelectual para el desenvolvimiento cotidiano, previene posibles disfunciones, nos ayuda a sentirnos más seguros e interrelacionarnos mejor con los demás.
En la Parábola del hijo pródigo, ¿no es acaso justo el reclamo del “hijo bueno”?
En una primera mirada a esta parábola, el reclamo del hermano mayor, el “hermano bueno”, es algo que podría parecernos natural. Si el hermano menor, que se ha portado muy mal, que ha sido un gran egoísta, que se ha gastado malamente buena parte de la fortuna familiar, si este se ha comportado así, ¿por qué hacerle una fiesta de bienvenida? Nuevamente, parece que este reclamo suena bien.
Sin embargo, el asunto es más profundo, no podemos quedarnos en las apariencias, pues lo esencial es invisible a los ojos. El hermano mayor está reclamando porque en el fondo no está viendo la realidad, no está comprendiendo el gran bien que se ha realizado en su hermano menor y en toda la familia. Él está mirando la realidad desde su corazón herido y no está viendo con serenidad y alegría el bien que tiene delante.
Seguramente, el Señor le está hablando acá a los fariseos, que se creen buenos, los que se quedaron en casa y no malgastaron los bienes de la familia, los que se miden a partir de los pecados evidentes de los demás, los que en el fondo no necesitarían la misericordia, el perdón, porque no tendrían faltas, por que estarían justificados, serían buenos. Y como no “necesitan” la misericordia, tampoco la comprenden.
Los fariseos criticaban a Jesús por “andar con los pecadores y comer con ellos”. Jesús se acerca a la gente pecadora (a todos nosotros), como el médico al enfermo, para llevarlos al bien. Para los fariseos eso era un escándalo. Ellos se creían buenos, que practicaban y cumplían la ley y veían a los pecadores públicos como gente que no tenía redención.
Esto le pasa al hermano mayor. Y su actitud, en esta perspectiva, llama la atención. Frente a la alegría del padre de haber recuperado a su hijo y frente a la alegría del hijo de haber retornado a la comunión de la familia y recuperar su dignidad de hijo, aparece el hermano mayor que se molesta por el bien del hermano menor.
Una manera de definir la envidia es la siguiente: tener alegría por el mal del otro o tener tristeza por el bien del otro. El hermano mayor se molesta, se fastidia, se indispone ante la fiesta que el padre le organiza al hermano menor, que ha malgastado la fortuna familiar. No logra ver el gran bien, no soporta la misericordia de su padre, no se da cuenta de que, en el fondo, su corazón también está lejos de su padre, que aunque él no se fue de la casa, en realidad no estaba allí.
Es muy simbólico que, al regresar y ver todo lo sucedido, él no quiera entrar a la casa. Se queda afuera, molesto. Y nuevamente, el padre misericordioso, sale al encuentro de su hijo, en este caso el mayor, para mostrarle su amor, su misericordia, para hacerlo “entrar en sí mismo”, para que vea la realidad como debe ser y cambie su conducta.
Es importante aprender de esta parábola que no debemos cumplir el papel del hermano que se cree bueno en relación a las demás personas. Tampoco se trata de autocastigarnos, creyéndonos artificialmente unos miserables pecadores. Debemos reconocer nuestra fragilidad, y sobre todo la bondad infinita de Dios, que solo quiere nuestra dicha, nuestra felicidad. Y esta no está lejos de casa sino en su hogar, en su comunión. Por eso Él siempre nos va a esperar, siempre nos va a buscar, siempre va a salir a nuestro encuentro, sea que estemos lejos o sea que estemos cerca. En cualquier caso, Él siempre es nuestro Padre, y los demás nuestros hermanos.
El padre no trata bien a uno y maltrata al otro. A los dos los trata como a sus hijos desde su condición de padre. Eso es lo maravilloso. El Señor Jesús nos está enseñando que Dios nunca olvida que Él es nuestro Padre y que nosotros somos sus hijos.